¿Duplicar o dividir los problemas?
P. Fernando Pascual
27-10-2012
Tenemos un problema. Nos duele tenerlo. Incluso nos duele el que nos duela. Es decir, estamos
duplicando o triplicando el problema...
Los problemas causan en cada persona reacciones diferentes. Para algunos, el problema es un reto,
un aliciente para superarlo, una invitación al esfuerzo y a la lucha. Para otros, el problema es un
motivo de miedo, de angustia, de desazón. Algunos, incluso, llegan a preocuparse y preocuparse, un
día y otro día, porque tienen un problema.
Si logramos un sano distanciamiento sobre lo que está pasando, veremos que el problema o la
dificultad no son lo único en nuestra vida. Hay, gracias a Dios, muchas cosas buenas que nos
acompañan y muchos rostros amigos que nos apoyan.
Sobre todo, en medio de la lucha y los problemas de cada día, existe un Padre en los cielos que vela
por sus hijos y que enciende esperanzas en los corazones.
Por eso, ante los problemas hemos de tomar la actitud correcta. No asustarnos ante los mismos: no
existe ninguna existencia sin dificultades. No angustiarnos ante las tensiones que surgen, pues la
angustia simplemente duplica el problema. No permitir que nuestra voluntad quede como paralizada
ante las contrariedades, sino abrir los ojos del alma para ver qué ventanas siguen abiertas cuando se
ha cerrado una puerta.
Una actitud justa ante los problemas los “divide”, los redimensiona, los coloca en su lugar. No
terminó el mundo tras la avería del coche, ni estamos sin saber qué hacer cuando la computadora no
daba señales de vida, ni se termina el amor cuando una enfermedad va carcomiendo, poco a poco,
nuestro cuerpo.
Más allá de los problemas, por encima de las contrariedades, tenemos un corazón hecho para amar,
unas manos amigas que nos apoyan, y un Dios cercano que nos acompaña. Si lo recordamos,
evitaremos duplicaciones innecesarias de los problemas y lograremos dividirnos (afrontarlos) con
más entusiasmo y, sobre todo, con mucha esperanza.