NOVIEMBRE DEL BIEN MORIR
Juan Manuel del Río
Hay en el mes de noviembre dos fiestas litúrgicas, prácticamente
unidas por el calendario, pero bien diferenciadas en la sensibilidad de las
personas. Son:
el día 1º, la solemnidad de todos los Santos ;
el día 2º, la conmemoración de todos los Fieles difuntos .
Ambas fiestas se celebran en el mes de noviembre. Pero no voy a
centrarme propiamente en ninguna de las dos en cuanto tal, sino más bien
en la muerte, como acontecimiento universal. De ahí el título poético de
esta reflexión: “Noviembre del bien morir”.
A nivel de sentimientos, a los Santos los celebramos con gozo, con
alegría, y nos los imaginamos muy felices “allá arriba”, en la Gloria del
Padre. Pero da la impresión de que esa “Gloria” nos queda un tanto lejana.
No los ubicamos “cercanos”, sino muy allá, en lo “alto” (sinónimo del
cielo).
En cambio, al recordar a los Fieles difuntos, parece que los sentimos
muy cercanos, “aquí”, muy junto a nosotros. Y es que, en realidad, más que
pensar en los difuntos en general, independientemente del matiz litúrgico
cristiano de si “fieles” o no, lo que hacemos es pensar en nuestros
familiares que ya se nos han ido. Y los sentimos cerca, junto a nosotros. Y
aunque deseamos, y damos por hecho, que se han salvado, no los situamos
allá “en lo alto”, sino “acá”, a nuestro lado. Los queremos tanto…, (a veces
más después de muertos que en vida). Y aflora entonces el recuerdo, y los
sentimientos, y las lágrimas.
Pues bien, a la hora de reflexionar en un tema, habitualmente tabú,
pero ineludible, como es la muerte, podríamos hacerlo en tres aspectos, que
pueden ser los siguientes:
1
Idea que hay sobre la muerte, en general
2
Idea que tenemos de Cristo que muere en la cruz
3
Nuestra actitud personal ante la muerte y ante Cristo
1.- IDEA QUE HAY SOBRE LA MUERTE, EN GENERAL
a/ Algunos ejemplos.
Tomando tan sólo algunos ejemplos de pensadores significativos que
han reflexionado sobre la muerte, podríamos fijarnos por ejemplo en:
Platón. Curiosamente, Platón pensaba en la muerte como un “azar
feliz”, que nos permitirá por fin contemplar sin trabas ni velos las
verdaderas realidades (las Ideas), siempre y cuando se haya vivido, claro
está, como es debido.
Otro podría ser Hegel. Inspirado sin duda en San Pablo dirá, sin
tapujos, que la muerte es “lo más espantoso”, pero que “es vencida por la
vida del Espíritu”.
Entre Platón y Hegel, podríamos señalar a Epicuro . En realidad, más
que afrontar el tema, enseñaba a entregarse al placer alejando así el temor a
la muerte; es decir que, y en definitiva, no afronta la muerte. Es un tema
que, a la hora de la hora, procuramos todos no tocar.
Para Spinoza , el filósofo neerlandés de origen sefardí portugués, y
uno de los tres grandes racionalistas de la filosofía del siglo XVII, junto
con el francés Descartes y el alemán Leibniz, la muerte no es otra cosa que
“un mal encuentro”.
De otro lado, el prusiano Kant pensaba que nuestra finitud no
menoscababa en definitiva aquello de lo cual debíamos enorgullecernos:
nuestra racionalidad, única dimensión donde reside la dignidad humana.
Si nos fijamos en Schopenhauer , lo vemos como un hombre
angustiado por la muerte, pesimista él; decía que hay desapegarse cuanto
sea posible de la vida, para intentar ahorrarse el dolor de la catástrofe.
Sobre fines del siglo XIX aparece Nietzsche que con su eterno
retorno se atreve a apostar resueltamente por la vida, sin desconocer su
finitud, pero a condición de brindarle un aire de eternidad.
Dentro de este panorama, tenemos el existencialismo, que encara
decididamente la cuestión de la muerte, sin subterfugios ni eufemismos.
Y en el marco del existencialismo, podemos fijarnos sobre todo en
Heidegger . En su única obra sistemática, Ser y Tiempo (1927), emprende
una redefinición total del ser del hombre, al que interpreta como Da-sein,
es decir, “ser una relación de ser”; o de otro modo, ser un ser de
posibilidades. Lastimosamente y de manera habitual, esas posibilidades,
decía, suelen malgastarse en la banalidades. “Nos consumimos diciendo lo
que se dice, pensando lo que se piensa, haciendo lo que se hace, viviendo
como se vive. Mientras así sucede el existente humano cursa una existencia
impropia e inauténtica para la cual la muerte es siempre la muerte del otro,
algo ajeno”. Diríamos irónicamente, uno no muere, se muere el otro.
Pero si, en cambio, nos asomamos a Las sociedades humanas,
vemos cómo la muerte ha tenido siempre una presencia permanente y
constante . En la genética de muchos pueblos primitivos, y no tanto, de los
que se ocupa la antropología, no consideran la muerte como un
fenómeno natural , y el ejemplo más fehaciente es la misma Biblia, la
muerte se introduce en sus vidas como consecuencia de algún pecado; o
de infringir alguna norma o tabú. El pecado original de la tradición judeo-
cristiana, encaja con toda precisión en este esquema básico.
De otro lado, la muerte, como el nacimiento, afecta al individuo,
pero no a la persona. Del individuo se dice con propiedad que nace y
muere. En cambio, no podemos decir que una persona nace ni tampoco que
muere, salvo que hablemos metafóricamente. Por eso, es correcto decir que
hay cadáveres y embriones de individuos; pero no hay embriones ni
cadáveres de personas.
La persona no nace porque es el mismo individuo quien se constituye
en persona, y no muere porque su fallecimiento no es una aniquilación:
sigue viviendo, aunque sea en los otros, (cosa que no podrán negar ni
aquellos que dicen que con la muerte se acaba todo). Vivir en la memoria
de los otros e influir en ellos es también una forma de permanecer vivo.
Pero no se trata sólo de vivir en la memoria de alguien. Se trata, ante
todo, de vivir de verdad y en plenitud. ¿Cómo?
b/ Resucitados en Cristo
Todos intuimos, anhelamos, y necesitamos que haya otra Vida
después de la actual. La nada, la misma palabra lo dice, no es nada, no
existe. De lo contrario, sería el mayor absurdo. Pero el sinsentido tampoco
existe.
Hay una muerte, paradigma de toda muerte, aun para lo no creyentes,
es la muerte de Cristo en la cruz.
La pasión y la muerte de Jesús en el Calvario nos lleva a todos a
la auténtica sabiduría de la cruz.
Cuando nos situamos, irremisiblemente, ante el misterio del mal, del
dolor y de la muerte misma, lo mejor que podemos hacer es acercarnos al
Calvario. Y ahí, contemplar la figura de Jesús, Dios y hombre, en la cruz .
Él, en la realidad dramática de su muerte, pasó por la soledad y por
los sufrimientos propios de todo moribundo. Por eso Jesús, desde su propia
experiencia personal, llega a clamar en la cruz: "Dios mío, Dios mío,
¿porque me has abandonado?" .
Es su grito. Y es el grito de toda la Humanidad. De esta manera
Jesús está muy cerca de toda persona humana que sigue, paso a paso, el
camino de una vida que desemboca indefectiblemente en el dolor de la
muerte.
Contemplando a Jesús muriendo en la cruz, recibimos luz para
entender y aceptar el dolor y la muerte. De ahí que el Señor, dirigiéndose al
Padre, exclama desde la cruz: "En tus manos encomiendo mi espíritu".
Porque la muerte, siendo aparentemente aniquilación total, soledad máxima,
es al mismo tiempo, el paso hacia el Padre, es decir, a la Vida sin final.
Nuestro instinto nos lleva a rechazar el sufrimiento y la cruz. Pero
captar la sabiduría de la cruz es un don de Dios. Es el don de la fe cristiana.
Así podemos entender aquellas palabras del apóstol san Pablo que
predicaba a Jesús, “un Jesús crucificado, escándalo para los judíos, necedad
para los griegos, pero sabiduría y salvación para los creyentes”.
***
2.- IDEA QUE TENEMOS DE CRISTO QUE MUERE EN LA CRUZ
Cuando los creyentes, para situar nuestra muerte nos fijamos en la de
Cristo, estamos, por gracia, asumiendo una actitud de fe. Es lo que han
hecho a lo largo de la Historia los cristianos, y muy significativamente, los
santos. Pero también los poetas. Son muy socorridos los versos del gran
poeta gaditano Pemán:
¡Cristo de la Buena Muerte,
el de la faz amorosa,
tronchada como una rosa,
sobre el blanco cuerpo inerte
que en el madero reposa.
¿Quién pudo de tal manera
darte esta noble y severa
majestad llena de calma?
No fue una mano: fue un alma
la que talló tu madera.
Si en el enfoque primero me he fijado, a modo de ejemplo, en la idea
que algunos pensadores tienen sobre la muerte, en este segundo apartado
podemos preguntarnos sobre la idea que tenemos de Cristo muriendo en la
cruz. Y como estoy redactando estas líneas en Jerez de la Frontera, Cádiz,
quiero centrar esta idea, a modo de asunción global, en un santo tan querido
para los jerezanos como es San Juan Grande.
Juan Grande Román nació en Carmona Sevilla, España, el 6 de
marzo de 1546. Fue bautizado en la Parroquia de San Pedro de Carmona.
Su padre, artesano de oficio, falleció cuando Juan tenía 11 años.
A los 17 años se dedicó al comercio como vendedor de telas. Poco
tiempo después el mismo oficio le hizo entrar en una profunda crisis
espiritual. Dejó su familia, y se retiró a la Ermita de Santa Olalla, en
Marchena, donde pasó un año en retiro, tratando de conocer su verdadera
vocación. Decidió entonces dedicarse totalmente a Dios, adoptando el
sobrenombre de "Juan Pecador".
Con sólo 19 años, Juan Pecador se trasladó a la ciudad de Jerez de la
Frontera, Cádiz, y empezó una nueva vida: atendía personalmente a
gente necesitada, a los presos de la "Cárcel Real", y a otros enfermos
convalecientes e incurables, que encontraba abandonados. Para ayudarles
pedía limosna por la ciudad.
En enero de 1574 , se generalizó una grave epidemia en Jerez y
entonces dirigió un memorial al Cabildo urgiendo la asistencia de tantos
enfermos tirados por la calle. Él se multiplicaba ante tanta necesidad, y al
fin optó por fundar su propio Hospital , que poco a poco lo fue
ampliando: lo dedicó a la Virgen, y llamó de Ntra. Sra. de la Candelaria.
Son sólo unos datos, muy someros, de un santo cuya fe en el
verdadero Cristo lo llevó a asumir el dolor de los cristos chicos que nos
encontramos todos los días a nuestro lado con la cruz de su dolor a cuestas.
Y es que, sólo se puede ser así, cuando se cree en la Vida, cuando se cree
en el Cristo que ha vencido al pecado y a la muerte, precisamente, desde su
muerte redentora en la Cruz.
Jesús no murió por gusto en la cruz. Nadie lo haría. Jesús ha muerto
en cruz para la salvación de toda la humanidad. Y conviene recalcar esto:
de Toda la Humanidad, no sólo de los creyentes.
Al mismo tiempo, Él nos ha llamado y enviado a comunicar a todos
este amor salvador. Por eso, al pie de la cruz del Señor es donde
aprendemos a sentirnos misioneros y defensores de la Vida, y
evangelizadores agradecidos, ya que Cristo, al entregar su vida por
nosotros y por todas las personas de todos los tiempos, ha dado sentido y
nos invita a valorar nuestra vida temporal, al tiempo que nos proyecta con
fuerza a la eterna.
Cuando nos acercamos a la Pasión y Muerte de Jesús, podemos
hacerlo como simples espectadores curiosos, como ocurrió históricamente.
Pero podemos hacerlo también con fe, como las personas que estuvieron al
pie de la cruz.
Desde esta perspectiva podremos decir a Jesús que entregaremos más
y más nuestra vida al servicio del anuncio de la Buena Nueva a los
hermanos. Será consecuencia lógica y expresión de la gratitud que sentimos
por el inmenso amor con que nos ama.
Se dice que “amor con amor se paga”. Y el amor es agradecido y
alegre. Lo haremos, pues, con alegría, con convencimiento, sin miedo y sin
complejos. La razón es porque hay muchos hombres y mujeres que
necesitan y esperan este anuncio de la Buena Nueva de la Muerte y
Resurrección de Jesús . A nosotros, los por gracia afortunados creyentes,
nos corresponde ofrecer este anuncio para que cada persona pueda tener un
encuentro personal con Jesucristo, el único que da sentido pleno a nuestra
vida. Porque todos tienen derecho a experimentar el amor de Dios.
Esta exigencia misionera y evangelizadora surge de nuestro
Bautismo . Y el Bautismo es precisamente un morir y un resucitar con
Cristo, en la feliz expresión del capítulo seis de la Carta a los Romanos.
Miraremos, pues, sin miedo nuestra muerte si miramos la de Cristo
en la Cruz, porque más allá de la Cruz está la Vida, la Resurrección.
Finalmente, resumiendo este apartado sobre la idea que tenemos de
Cristo que muere en la Cruz, no puede ser otra que la de un Cristo, Hijo
del Dios que es Vida y que es Amor , y que se ha entregado a la Muerte en
Cruz para darnos Vida eterna, porque cree en la Vida y porque cree en
nosotros.
***
3.- NUESTRA POSTURA ANTE LA MUERTE Y ANTE CRISTO
A la vista de todo lo anterior, la respuesta al Dios personal debe
partir del individuo completo, y no sólo de su razón. Desde un punto de
vista filosófico, Dios debe ser, sin duda, razonable, no sólo razonado.
Pero desde un punto de vista cristiano, Dios debe ser también
experimentado por el ser humano en su totalidad. Porque éste, el ser
humano, ha sido creado por Dios, que es Amor; y ha sido creado por amor
y para el amor. El cristianismo va más allá de toda filosofía. Esta sabe de
debates. El cristianismo sabe de amor.
Y así, por poner un ejemplo referencial, las Cofradías y
Hermandades, pueden y deben jugar un papel muy importante en este
terreno a la hora de plasmar devocionalmente este Amor de Dios.
Cofradías y Hermandades se preocupan, y muy mucho, por ejemplo,
de preparar, con entrega, generosidad y acierto, las Procesiones de la
Semana Santa . Y es, sensiblemente emocionante, ver los Pasos, portando
las bellísimas Imágenes de Cristo, o la Virgen Dolorosa. Sin duda, es una
puesta en escena de una fe, de una devoción que se lleva por dentro y que,
en determinados momentos, como puede ser la Semana Santa, aflora a lo
exterior. Ahí se conjugan, palmariamente, la Fe y la Razón. Acompañando
a la razón va la fe, que se expresa en la belleza de las imágenes y todo el
abanico de emociones que suscitan.
Belleza y emociones que personalmente cada quien puede
experimentar. La emoción de acompañar al Cristo Muerto y Resucitado
(“Cristo de la Buena Muerte”), y con Él, simultáneamente, acompañar al
hombre, roto, fracasado, desvalido, sí, pero siempre con la mirada puesta
en la esperanza de la Resurrección. La emoción de acompañar el Viernes
Santo a la Virgen Madre en su Soledad, y con Ella a tantas mujeres y
hombres, a tantas hermanas y hermanos que se sienten solos, dolientes,
abandonados, desorientados sí, pero con la confianza radical en el sentido
último de la vida: Dios.
La pasión y la muerte de Jesús en el Calvario nos abre a todos a la
auténtica sabiduría de la cruz. Situados ante el misterio del mal, del dolor y
de la muerte tenemos que acercarnos al Calvario para contemplar la figura
de Jesús, Dios y hombre, en la cruz, como hemos expresado más arriba.
Cristo, en el hecho mismo de su muerte, pasó por la soledad y por el
sufrimiento, propios de todo moribundo. Por eso, Jesús exclamó en la cruz
al Padre: "Dios mío, Dios mío, ¿porque me has abandonado?". De esta
manera Jesús está muy cerca de todos nosotros, de toda persona humana,
que seguimos paso a paso el camino de una vida que desemboca
indefectiblemente en el dolor de la muerte.
Contemplando a Jesús muerto en la cruz, recibimos luz para entender
y aceptar el dolor y la muerte. Nuestra propia muerte. Por eso el Señor en la
cruz dirigiéndose al Padre exclama: "En tus manos encomiendo mi
espíritu". Porque la muerte, aunque aparentemente, es aniquilación total,
soledad máxima, al mismo tiempo, es el paso obligado hacia el Padre. Esto
nos da plena confianza. La muerte no es el final.
Captar la sabiduría de la cruz es un don de Dios que debemos
pedir, porque nuestro instinto nos lleva a rechazar el sufrimiento y la cruz.
Con el don de la fe cristiana podemos entender aquellas palabras del
apóstol san Pablo que predicaba a Jesús y un “Jesús crucificado, escándalo
para los judíos, necedad para los griegos, pero sabiduría y salvación para
los creyentes”.
Jesús ha muerto en cruz para la salvación de toda la Humanidad. De
toda, sin excepción. Él nos ha llamado y nos ha enviado a comunicar a
todos este amor salvador.
Por eso, al pie de la cruz del Señor nos sentimos más misioneros y
evangelizadores, agradeciéndole que haya entregado su vida por nosotros y
por todas las personas de siempre y de todos lados.
Acompañando a Jesús en su pasión y su muerte, le tenemos que decir
que entregaremos más y más nuestra vida para anunciar a los hermanos
este grandísimo amor con que los ama. Porque hay muchos hombres y
muchas mujeres que necesitan y esperan este anuncio de la Buena Nueva
de la Muerte y Resurrección de Jesús.
A nosotros nos corresponde ofrecer este anuncio, llevar esta Buena
Nueva, para que todos puedan tener un encuentro personal con Jesucristo,
el único que da sentido pleno a nuestras vidas.
Esta es nuestra postura ante la muerte y ante Cristo. Estamos
atrapados por Él, inmersos en Él. Por eso:
En Cristo recobramos nuestra propia identidad.
Cristo nos abre el horizonte de Dios.
Cristo nos desvela el misterio de Dios.
Estamos revestidos de Cristo.
Y estamos alimentados por Él, que es Pan de Vida.
Lo cual nos exige:
o vivir en Cristo
o dejarse amar por Él
o para resucitar con Él.