Aristóteles, ética y pasiones
P. Fernando Pascual
15-9-2012
Sentimientos y pasiones se suceden, en jóvenes y en adultos. La diferencia está en que unos
(jóvenes y adultos) son arrastrados por sus pasiones hasta el punto que dejan de lado sus deberes
básicos y llegan a incurren en acciones vergonzosas, mientras que otros (jóvenes y adultos) saben
superar el empuje de pasiones que les podrían llevar hacia al mal y así viven según principios éticos
buenos.
Al percibir el peso de las pasiones, Aristóteles explicaba, en su principal obra sobre ética (la “Ética
nicomáquea”) que no tiene sentido estudiar el tema de la buena conducta humana si uno no es capaz
de dominar y encauzar adecuadamente sus pasiones, si no sabe actuar correctamente ante los
placeres y los dolores que acompañan continuamente nuestros actos.
Para aquel pensador griego, la ética no es simplemente algo teórico. De nada sirve saber cómo
comportarse bien si luego uno se comporta mal. Por eso, quien no controla sus pasiones, es inútil
que estudie ética: por más que lea y escuche consejos para conseguir una vida recta, no será capaz
de dejar sus malos hábitos.
Entonces, ¿cómo preparar a las personas para que puedan estudiar con provecho la ética? A través
de una correcta educación. Para Aristóteles, esto implica tanto una intervención del Estado como,
de modo más concreto y preciso, de la familia.
El Estado debería emanar leyes que promuevan la educación, que premien los buenos
comportamientos, y que penalicen aquellos actos que implican injusticia.
Esta acción del Estado tiene un sentido, diríamos hoy, “macroscópico”, pero insuficiente.
Macroscópico, porque busca promover una especie de ambiente que facilite el vivir de modo ético.
Insuficiente, porque las leyes miran a lo general, y no llegan a las necesidades de cada persona.
Por eso, el segundo polo educativo, y seguramente el principal, es la familia. En ella los padres
tienen un trato directo con el hijo. Perciben su psicología, sus modos de comportarse. En otras
palabras, tienen “experiencia”, algo que resulta clave para la educación ética, como subrayaba
Aristóteles una y otra vez.
Para el mundo de hoy, que deja la ética cada vez más al ámbito de lo particular, y que vive una
crisis de la familia en la que los hijos son los primeros en sentirse desprotegidos, recordar las ideas
de Aristóteles no sólo sirve para repensar la importancia de la educación ética, sino para promover
un sano encauzamiento de las pasiones. Sólo así no seremos esclavos del primer placer que se
presente, sino que promoveremos actitudes y comportamientos responsables, maduros y
auténticamente éticos, tanto a nivel social como, sobre todo, en el ámbito de cada familia.