¿Amistad o justicia?
P. Fernando Pascual
8-9-2012
Resulta extraño contraponer amistad y justicia. Donde no hay justicia, no puede haber amistad, y
donde hay amistad, hay también justicia.
Sin embargo, en un texto de Aristóteles se afirma claramente que los gobernantes promueven más la
amistad que la justicia, pues la amistad une a las ciudades, y esa meta es prioritaria respecto de la
justicia. Incluso este filósofo griego llegó a decir que si los hombres son amigos, “ninguna
necesidad hay de justicia, pero, aun siendo justos, sí necesitan de la amistad”; aunque luego añadió
“parece que son los justos los que son más capaces de amistad” (cf. Ética nicomáquea VIII 1,
1155a21-29).
Seguramente Aristóteles podría explicarnos ese texto de un modo magistral. Intentemos, con
permiso de aquel pensador griego, hacer alguna reflexión que, esperamos, pueda servir para
nuestros días.
En algunas sociedades de nuestro tiempo abundan las leyes, tanto a nivel nacional como a nivel
internacional. Cientos, miles de reglas buscan promover la armonía entre las personas y los pueblos.
Pero, ¿bastan las leyes para que las personas se sientan unidas entre sí?
Más allá de las leyes, la cohesión de un grupo humano radica en los lazos que unen a las personas
entre sí. Esos lazos pueden ser de sangre, o de convicciones comunes, o de ideas religiosas, o de
principios políticos. Conforme los lazos sean más firmes y sanos, la unidad de un pueblo estará
garantizada y será mucho más fácil la convivencia.
Aquí nos podemos preguntar si los gobernantes de nuestro tiempo buscan promover la cohesión
social o simplemente se limitan a establecer reglas que satisfagan a las mayorías, o que permitan
una coexistencia más o menos serena entre personas que tienen ideas y principios heterogéneos.
La pregunta nos pone ante uno de los temas más importantes para la vida social: ¿es posible lograr
que una nación viva en armonía entre sus miembros simplemente con reglas de convivencia
recogidas en sus leyes y exigidas por los tribunales? ¿No es quizá más importante promover ideas
buenas y válidas que permitan una sintonía más profunda y completa entre los corazones?
Alguno objetará, con razón, que en el pasado y también, por desgracia, en el presente, se ha
promovido la cohesión social desde ideologías deformadas, como las que defienden el racismo o las
que exaltan a un “pueblo” o nación en contra de los demás miembros de la sociedad. Este tipo de
cohesiones pueden crear estructuras con cierta unidad social, pero en el fondo se basan en la
injusticia, pues no respetan los derechos fundamentales de cada ser humano.
Se hace necesario, entonces, plantearnos una pregunta esencial: ¿cómo conseguir amistades sanas
entre los miembros de una ciudad, de una región, de un Estado, del mundo entero? Sólo desde una
correcta reflexión sobre el hombre y su dignidad, sobre los derechos fundamentales que deben ser
respetados, y sobre principios e ideas que promuevan la verdadera unidad y armonía entre todos.
Aquí surgen las discrepancias: ¿cuáles serían esos principios e ideas que promuevan y tutelen la
armonía y la amistad entre los seres humanos? ¿No vivimos en un mundo “politeísta”, según una
expresión a veces en voga, en la que cada persona se asocia con su grupo y se separa de los que
piensan y actúan de otra manera?
Podemos dejar estas líneas así, como un esbozo, en el que se puede extraer una conclusión
importante: si en un grupo humano no hay verdadera unidad porque no existen entre sus miembros
amistades bien edificadas, la tarea más urgente que tienen ante sí los políticos y todos los miembros
de la sociedad consiste en buscar aquellas ideas sanas que promuevan tales amistades, lo cual vale
mucho más que miles de leyes y que decenas de policías vigilando en cada esquina...