Esperanza para tiempo de crisis
P. Fernando Pascual
12-8-2012
El año 2007 Benedicto XVI publicaba su segunda encíclica, “Spe salvi”. Las nubes de la crisis se
asomaban en el horizonte. Poco tiempo después, inició la tormenta. Millones de seres humanos se
vieron sorprendidos por una situación económica compleja que les afectaba de mil maneras y que
provocaba problemas muy graves para las familias y para las sociedades.
Con el pasar de los meses y de los años, la crisis no daba señales de retirada. Los gobiernos
prometían medidas para aliviar la situación. Grandes organismos internacionales y fondos
monetarios poderosos exigían medidas extremas que sanasen un mundo desquiciado, mientras
ofrecían “ayudas” que en algunas ocasiones se convirtieron en pesadillas: ¿cómo pagar los intereses
de préstamos aceptados en situaciones de emergencia?
En el horizonte no se atisbaban señales de esperanza. La crisis mordía fuerte, como un animal
enfurecido que no quería renunciar a su presa. Los pobres, como casi siempre, eran los que más
tenían que pagar por culpa de las decisiones de unos pocos poderosos.
¿Quedaban abiertas puertas a la esperanza? ¿Había en el horizonte señales de recuperación? Incluso
en el presente, ¿no se avizoran nubes amenazantes que presagian momentos quizá más duros que
los sufridos hasta ahora?
Ante situaciones tan complejas, donde el hombre de la calle no alcanza a ver quiénes sean los
culpables y por dónde llegará un momento de respiro, la encíclica publicada hace años por un
anciano papa en Roma conserva una actualidad misteriosa y una perenne capacidad de consuelo.
En uno de los párrafos de ese texto, Benedicto XVI escribía: “Si no podemos esperar más de lo que
es efectivamente posible en cada momento y de lo que podemos esperar que las autoridades
políticas y económicas nos ofrezcan, nuestra vida se ve abocada muy pronto a quedar sin esperanza.
Es importante sin embargo saber que yo todavía puedo esperar, aunque aparentemente ya no tenga
nada más que esperar para mi vida o para el momento histórico que estoy viviendo. Sólo la gran
esperanza-certeza de que, a pesar de todas las frustraciones, mi vida personal y la historia en su
conjunto están custodiadas por el poder indestructible del Amor y que, gracias al cual, tienen para él
sentido e importancia, sólo una esperanza así puede en ese caso dar todavía ánimo para actuar y
continuar” (“Spe salvi” n. 35).
Sí: existe un poder indestructible que actúa en la historia humana. Podemos esperar algo muy
grande y hermoso por encima de lo que prometen las autoridades económicas y políticas. Existe un
Dios que ha entrado en la historia humana y abre espacios a la esperanza.
Más allá de la crisis, podemos mirar al cielo. Quizá el dinero no llegue para cubrir los gastos de los
últimos días del mes. Pero al menos sabemos que hay una puerta abierta a la esperanza, porque el
Amor ofrece la última y definitiva palabra de la historia humana.