¿Es inevitable tu derrota?
P. Fernando Pascual
19-7-2012
El padre abad optó por afrontar el tema desde un mensaje escrito. Esta vez le costó más, pues no
sabía cómo llegar a ese joven del mejor modo posible.
“Querido Jaime, te mando un saludo en la paz de Cristo.
No sé si lograré expresarte lo que tengo en mi corazón con estas líneas. Tampoco sé cómo las
recibirás. Te digo, desde el inicio, que voy a llevar este asunto a la oración. Lo que con mucha
probabilidad yo no conseguiré transmitir, estoy seguro de que Dios sí podrá hacértelo ver de algún
modo.
He seguido tus pasos en los últimos meses. Tienes un buen corazón. Rezas. Lees libros que pueden
ayudarte a madurar como ser humano y como católico. Pero veo que tus sentimientos te dominan, y
que también algunas personas que se acercan a ti con apariencias de amistad no te están llevando
por el buen camino.
Me dirás que exagero, que veo fantasmas donde no los hay. Incluso pensarás que desconfío de ti,
que no soy capaz de darme cuenta de tus cualidades.
Por eso precisamente me da miedo tu situación: porque no te sientes en peligro. Dejas pasar los días
y las semanas, permites que el corazón suba y baje al son de la música que suena fuera de ti. Pones
en peligro tu amistad con Cristo con afectos dañinos. Sólo un milagro podría evitarte la derrota más
completa: el pecado.
Me preguntarás si de verdad creo que estás en peligro. ¿Es que no lo estamos todos y cada uno de
los bautizados? ¿Es que no existe un demonio que busca, “como león rugiente”, a quién devorar,
como dice san Pedro en su primera carta ( 1Pe 5,8)? ¿Es que las riquezas no son una amenaza que
nos puede apartar del Reino de los cielos? ¿Es que Cristo no nos invitó a vigilar y a orar, para no
caer en tentación ( Mc 14,38)?
Te confieso que siento una pena muy grande al ver con qué facilidad un joven sano, generoso,
alegre, que ha vivido durante años muy cerca de Dios, se desliza por el camino de la perdición. Sé
que esa la palabra suena fuerte, pero está en el Evangelio. No busco asustarte con estas líneas. Sólo
desearía darte una señal de alarma, que vale para ti como para mí y para todos.
Te lo digo con palabras de san Pablo: «Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y
te iluminará Cristo. Así pues, mirad atentamente cómo vivís; que no sea como imprudentes, sino
como prudentes; aprovechando bien el tiempo presente, porque los días son malos. Por tanto, no
seáis insensatos, sino comprended cuál es la voluntad de Señor» ( Ef 5,14-17).
De corazón, Jaime, abre los ojos de tu alma. Mira nuevamente a ese Cristo que murió por ti en la
cruz, y aprende a descubrir qué es lo que te ayuda y qué es lo que te hace daño.
Rompe con amistades que sólo te llevan a curiosidades dañinas y a dejarte contagiar con la
mentalidad del mundo. Deja ese continuo pasear sin rumbo por Internet, donde como ya te has dado
cuenta hay muchos peligros al acecho.
Descubre a otros católicos buenos que pueden ayudarte en el camino del bien y déjate aconsejar por
ellos. Y renueva ese gran regalo de la fe, que inició en el día del bautismo y que tiene que ir
madurando cada día.
Eso quería decirte. Perdona si he sido franco, pero pensé que era la hora de jugarme el todo por el
todo. Lo hago pensando en tu bien, que, en el fondo, es lo que más desea Dios para tu alma. Lo
hago convencido de que no es inevitable la derrota: nunca he aceptado la tesis de que sólo a base de
golpes y errores aprendemos, cuando esos golpes pueden ser evitados con la ayuda de la gracia.
Te pido una oración por mí. Rezo, como dije al inicio, por ti. Que Dios te bendiga y que la Virgen
siga siempre a tu lado.
Tuyo en Cristo...”