C.S. Lewis y la “educación democrática”
Rebeca Reynaud
C.S. Lewis nació en Irlanda en 1898. Fue durante muchos años ateo. Cuenta que
“era yo quizás el más despreciable y reacio converso de toda Inglaterra”. Fue esa
experiencia la que le ayudó a entender la indiferencia y el rechazo a aceptar la
religión. Hasta antes de convertirse al anglicanismo, “ Lewis había sido un hombre
con dotes literarios, pero sin nada que decir, afirma Walter Hooper. Con su
conversión todo lo que le había frenado desapareció, y los libros llovieron de su
pluma ” (...). Su habilidad para expresar las verdades del cristianismo con
naturalidad lo hace único como apologista, tanto en las obras de ficción como en las
estrictamente apologéticas (Prólogo al ensayo “El diablo propone un brindis”).
Empezó a escribir cuentos para ayudar a los niños a acabar con ciertos prejuicios
que puede paralizar su vida religiosa, como le sucedió a él, ya que la obligación
congeló sus sentimientos.
Una de las formas ingeniosas en que Lewis logró superar muchos prejuicios contra
el Evangelio fue su agudo libro Cartas del diablo a su sobrino (1942). En ellas, un
viejo demonio, Escrutopo, instruye a otro más joven, Orugario (Wormwood), sobre
el modo de tentara un muchacho en la tierra. Para Escrutopo, Dios es “el Enemigo”,
mientras que Satán es “nuestro Padre allá abajo”. Esta inversión es divertido e
instructivo para el lector ver sus debilidades desde un ángulo tan desacostumbrado.
Lewis fue uno de los conferenciantes más populares de Oxford y sus éxitos como
literato fueron enormes, pero nunca recibió una cátedra profesional en su propia
universidad. El resentimiento que despertaba su popularidad como apologista
cristiano fue, sin duda, el culpable. Con todo, fue compensado en 1955 por la
Universidad de Cambridge cuando ésta creó, pensando en Lewis, la cátedra de
Literatura inglesa medieval y renacentista. Lewis aceptó el puesto, convirtiéndose al
mismo tiempo en miembro del Madgalen College, en Cambridge. En esta misma
época Lewis conoció a la poeta americana Joy Davidman Gresham con quien
estableció una estrecha amistad. A Joy se le diagnosticó un cáncer muy avanzado y
grave. Un pastor anglicano los casó en el hospital. Inesperadamente, Joy se repuso
y ella y Lewis vivieron juntos cuatro años de gran felicidad. Tres años después
sufrió un ataque al corazón y estuvo en coma durante veinticuatro horas. Una vez
recobrado escribió a un amigo: “No puedo dejar de sentir lástima al haber vueltio a
la vida. Después de haber sido conducido tan suavemente y sin ningún dolor hasta
la Puerta, resulta duro ver que se cierra sabiendo que habré de pasar otra vez por
el mismo proceso algún día, y quizás de una forma mucho menos placentera.
¡Pobre Lázaro! Pero Dios sabe lo que hace”. Lewis murió pacíficamente en su casa,
en Oxford, el 22 de noviembre de 1963. Pocos hombres estuvieron tan bien
preparados.
Hay críticos que piensan que Lewis es el incuestionable sucesor de G.K. Chesterton.
Sobre la educación democrática dice: “A mi modo de ver, la educación debería ser
democrática en un sentido, y no debería serlo en otro. Debería ser democrática en
su accesibilidad sin distinción alguna de sexo. Color, clase, raza o religión- , pero
para todos los que puedan –y quieran- aceptarla diligentemente. Pero una vez que
los jóvenes están dentro de la escuela no se debe hacer ningún intento para
establecer un igualitarismo fáctico entre los holgazanes y torpes de un lado, y los
inteligentes e industriosos del otro. Una nación moderna necesita una clase muy
numerosa de gente genuinamente educada, y formarla es la función básica de
escuelas y universidades. Bajar el nivel o enmascarar las desigualdades es fatal”.
Esto lo explica más ampliamente en su ensayo “El círculo cerrado”.