Alegría siempre
Rebeca Reynaud
Para extender su reinado, Dios nos necesita alegres; más aún, nos necesita
sembradores de alegría. La alegría sale de la fe. Uno de los primeros cristianos, el
Pastor de Hermas, dej escrito: “Una persona alegre obra el bien, gusta de las
cosas buenas y agrada a Dios. En cambio, el triste siempre obra el mal” (Mand. 10,
1).
Los primeros cristianos se movían en un ambiente difícil, a veces duro y agresivo,
entonces San Pablo indica la medicina: estén alegres . Y es admirable este
mandato pues cuando escribe está en la cárcel. Y en otra ocasión, en circunstancias
extraordinariamente difíciles, afirma: abundo y sobreabundo de gozo en todas
mis tribulaciones (II Cor, 7,4). (nc jul 94 p. 12).
Ya en el Antiguo Testamento había dicho el Señor: no os entristezcáis, porque la
alegría de Yavé es vuestra fortaleza (Neh, 7, 10).
El hombre es desdichado porque no sabe que es feliz. San Agustín escribió: “Dios
lo que más odia después del pecado es la tristeza, porque nos predispone al
pecado”. Efectivamente, la tristeza origina faltas de caridad, despierta el afán de
compensaciones y permite, con frecuencia, que el alma no luche con prontitud ante
las tentaciones. “La tristeza mueve a la ira y al enojo”, dice San Gregorio Magno
(Moralia 1,31,31).
Juan Pablo II decía que la santidad es la alegría de hacerla Voluntad de Dios. La
experiencia de los santos enseña que la alegría honda surge de un corazón que se
sabe amado por Dios y que corresponde. Las personas más felices han sido y son
los santos. Si buscamos la identificación con Cristo en nuestra vida, nada puede
quitarnos la paz y la alegría: el dolor purifica el alma, y las mismas penas se
transforman en fuente de paz.
Hay personas que se quejan continuamente; eso supone no comprender la
Encarnación del Hijo de Dios. Dios da una alegría que no da el mundo.
Refiriéndose a los cristianos, Paul Claudel decía: “enséales que su única obligacin
es la alegría”, porque un testimonio dado con amargura, no sirve.
En la vida diaria, enseñar el gozo de cada instante, porque se ve con la perspectiva
de la vida eterna, entonces cada momento es bello ya que todo es moneda de
eternidad. El gozo es fruto de la presencia del Espíritu Santo en las almas (cfr.
Gálatas 5,22).
Hay que aprender a alegrarse con sencillez de las innumerables ocasiones de
dicha que el Creador ha puesto en nuestro camino: las maravillas del universo, la
amistad, la belleza del arte, la satisfaccin del trabajo bien hecho, la “caricia” del
sacrificio…
Al pueblo judío Dios les dio una tierra, profetas, reyes, los acompañó durante su
estancia en el desierto. Y no fueron fieles a la alianza. A nosotros Dios nos ha dado
eso y más, y ¿estamos alegres o quejicas? Hay que experimentar que Dios nos
ama, que está cerca.
Un profesor de la Universidad de Navarra, Juan Chapa, decía: una diferencia
notable entre los Evangelios canónicos y los apócrifos es que en los apócrifos no se
menciona la Cruz. Nosotros , hay que abrazar amorosamente la cruz. La aceptación
rendida a la voluntad de Dios trae la paz y la alegría.
Cicern escribi en el ao 45 a .C.: “Nadie envejece slo por vivir un número de
años; la gente envejece al abandonar sus ideales; los años arrugan el rostro pero
perder el entusiasmo arruga el alma”.
Jesucristo nos ensea: “en el mundo tendréis tribulaciones pero yo he vencido al
mundo”: Estamos con él. Ese es el secreto de la alegría. Si no estoy contento,
¿estoy realmente con Él?
Si estamos tristes y nos preguntamos ¿por qué? encontraremos siempre un foco de
soberbia. A veces estamos atados a faltas de fraternidad, a egoísmos o rencores. La
solución a muchas faltas de fraternidad es la corrección fraterna, pero no la
hacemos quizás por comodidad o por cobardía. Hay que dejar que Dios nos desate.
En el siglo XXI Stephan Covey dice algo parecido: “El 10% de la vida está
relacionada con lo que te pasa; el 90%, con la forma en como reaccionas”.
A un taxista le conté lo que acababa de oír: que las virtudes que dan alegría a
las obras no son las humanas, sino la fe, la esperanza y la caridad.
Me comentó: ¡Ah! Qué cosas dice usted
San Josemaría Escrivá decía: ¡Cómo sería la mirada alegre de Jesús!: la misma que
brillaría en los ojos de su Madre, que no puede contener su alegría ─ Magnificat
anima mea Dominum !─ y su alma glorifica al Señor, desde que lo lleva dentro de sí
y a su lado. ¡Oh, Madre!: que sea la nuestra, como la tuya, la alegría de estar con
Él y de tenerlo (Surco, n. 95).