Mortificación y penitencia
Rebeca Reynaud
Los Apóstoles entendían a veces poco, a veces mucho, pero cuando Jesucristo les
habla de la Cruz, no entienden nada… Con el paso del tiempo, llegaron a entender.
Dicen los Hechos de los Apóstoles: «Los Apóstoles se retiraron de la presencia
del concilio muy gozosos, porque habían sido hallados dignos de sufrir aquel ultraje
por el nombre de Jesús» (Act. 5,41).
San Agustín , comentando las palabras de Jesucristo: «si alguno quiere seguirme,
que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga» (Le 10,23), dice : «Esa
cruz que el Señor nos invita a llevar, para seguirle más de prisa, ¿qué significa sino
la mortificación? ( Epist. 243,11).
La mortificación interior lleva a la humildad, al autodominio, al control de la
imaginación y de la memoria, alejando de la mente los pensamientos y recuerdos
que llevan al pecado; y, especialmente, reprimiendo el amor propio y la soberbia,
del afecto.
No son contrariedades el que haga frío o calor, el que salgan o no las cosas. La
única contrariedad es examinarse y ver que en algo le hemos fallado a Dios.
En su libro Luz del mundo, el Papa Benedicto XVI dice: El concepto de penitencia,
que es uno de los elementos fundamentales del mensaje del Antiguo Testamento,
se nos ha perdido cada vez más. Por medio de la penitencia se puede cambiar y
dejarse cambiar es un don positivo, un regalo. (p.48). Hay que dejarnos llamar de
nuevo por el Señor. Cristo recogió en sus manos la historia de los hombres, Hay
que ver su dolor y después dejarnos llevar por Él a su lado. Luego cita a Hildegarda
de Bigen, quien dice: “Si el hombre peca, el cosmos sufre” (p. 62). Más adelante
escribe: El afán de un día es suficiente para el hombre; más no puede soportar. Por
eso procuro concentrarme en solventar el afán del día de hoy y dejar lo otro al día
de mañana (p. 81).
Don Álvaro del Portillo escribía en diciembre de 1989: “No es malo que existan
obstáculos, sino que les demos demasiada importancia. Hagamos el propósito
sincero de llevar las contrariedades con gallardía, con rectitud de intención, con
gracia sobrenatural y con garbo humano. Pidamos la ayuda de Dios para no tener
miedo a las dificultades, al cansancio, al sacrificio”.
La mortificación interior se encamina a poner orden en las facultades del alma y en
los sentidos internos, de modo que se busque sólo agradar al Señor. Cuando el
bistec está duro, le dan de golpes en el área dura. Cuando nos tomamos en serio a
Dios, Él se encarga de darnos pequeños golpes en donde sabe que los necesitamos,
porque requerimos un quebrantamiento espiritual en nuestra área dura, como le
pasó a Pedro. Le fallaba la impaciencia y se volvió paciente. Dios nos envía las
humillaciones que necesitamos, y en su justa medida.
Con las mismas circunstancias, con las mismas dificultades, hay gente que es santa
y gente que no. Ahí tenemos el ejemplo de los dos ladrones junto a la Cruz de
Cristo. Pilar Urbano lo explica así: Estas dos cruces, a derecha e izquierda, son la
imagen más expresiva de la Igualdad de oportunidades. La misma cercanía, la
misma intimidad, el mismo tormento, la misma percepción de la figura sufriente de
Cristo. Pero cada hombre es cada hombre y hace su real gana en el envite de la
libertad” “El corazón de Cristo, propicio a dejarse ganar por una brizna de afecto.
Una mirada comprensiva, un gesto amable, una palabra que no sea de escarnio,
cualquier menudo consuelo bastaría. Es la hora de los buenos oportunistas. Es la
hora de desvalijar a Cristo que quiere ser expoliado. ¡Quiere! Y va a ser Dimas,
bandolero y ladrón, quien aproveche la coyuntura. Avispado, rápido, va a
emplearse a fondo con la destreza de su oficio (...). Será el primer cristiano que
entre en la gloria. El único hombre en el mundo canonizado en vivo y por el propio
Jesucristo: Hoy estarás conmigo en el paraíso (Luc 23,42)”.
“Siempre habrá cruces criminales y cruces de martirio.
Siempre habrá cruces de blasfemia y cruces de paraíso.
Se puede llegar a la cruz a cualquier cruz como un canalla y morir en ella como
un santo. Un instante de contrición borra toda una vida de depravación” ( La
Madre del ajusticiado , p. 43).
Santa Teresa comparte su experiencia : Y está claro que, pues lo es que a los que
Dios mucho quiere lleva por camino de trabajos, y mientras más los ama, mayores
(...). Pues creer que admite a su amistad estrecha gente regalada y sin trabajos, es
disparate. ( Camino de perfección , cap. 18, 2).
La memoria es un gran bien pero hay que purificarla. En ella almacenamos
experiencias pasadas. En la memoria tendemos a conservar los agravios, los éxitos
y los fracasos, los desaires y humillaciones, y toda una serie de recuerdos que nos
impiden el diálogo con Dios. San Juan Crisóstomo explica que “la lengua es un
regio corcel. Si le pones freno, si le enseñas a caminar a buen paso, sobre ella
montará y se sentará el rey; pero si la dejas que corra sin freno y que retoce a su
placer, entonces se convierte en vehículo del diablo y los demonios” (In Matthaeum
homiliae, 51, 5).
Hay que buscar mortificaciones pequeñas en la línea de la caridad, de aquellas
cosas que hacen feliz Dios y a los demás, y en luchar por no herir con la palabra o
con un gesto. San Josemaría Escrivá recogió algunas en Camino : “Esa palabra
acertada, el chiste que no salió de tu boca; la sonrisa amable para quien te
molesta; aquel silencio ante la acusación injusta; tu bondadosa conversación con
los cargantes y los inoportunos; el pasar por alto cada día, a las personas que
conviven contigo, un detalle y otro fastidiosos e impertinentes... Esto, con
perseverancia, sí que es sólida mortificación interior.” ( Camino , n. 173).
Santa Cecilia pertenecía a una de las más nobles, de las más antiguas familias de
Roma, esa gens Caecilia que durante los siglos de la República había estado aliada
con cuanto tuvo alguna gloria... ¿Cómo pudo ser tocada "desde la infancia" en este
medio de la alta aristocracia? Quizá su bautismo fuese obra de alguna nodriza, de
alguna esclava fiel a Cristo. Cecilia creció, pues, en la fe, en el hogar de sus padres,
en alguna de esas ricas villas edificadas después del incendio de Nerón. Y el viejo
texto asegura que "llevaba un cilicio bajo sus ricos vestidos bordados de oro y que
el Evangelio estaba en su corazón. (cfr. Daniel-Rops, La Iglesia de los Apóstoles y
de los mártires , Palabra).