EL IDIOMA DE DIOS
Por: Claudio de Castro
¿Te has dado cuenta?
Desde que nace, un niño aprende el idioma de sus padres, incluso descubre los
acentos propios de la región y el país donde vive. Es tan fácil reconocer a un
Argentino o un Tico o a un colombiano cuando habla, por su acento especial.
Al crecer aprendemos nuevos idiomas: El idioma de los jóvenes, el idioma de los
estudiantes y luego el idioma de nuestro oficio: el idioma de los médicos, el idioma
de los abogados, el idioma de los banqueros, el idioma de los obreros, el idioma de
los comerciantes…
En el camino dejamos olvidado el más importante de los idiomas. Aquél que nos
transmitieron nuestros padres con sus abrazos y sus consejos. El que aprendimos
en Misa, en las clases de catecismo. El Idioma de Dios.
Solía pensar que el idioma de Dios era la oración. Pero estaba equivocado. Me
convencí que la oración es como decía el Padre Pío: “La llave que abre el Corazón
de Dios”.
A los años me di cuenta que el idioma de Dios yace olvidado en nosotros,
adormecido.
Y Dios anhela escucharnos en su propio idioma.
Dios es nuestro Padre y nosotros sus hijos, por lo tanto debemos hablar en su
idioma.
El idioma de Dios es el amor, porque Dios es Amor.
Si habláramos el Amor, todo sería diferente. No habría discusiones innecesarias, ni
pleitos, ni odios, ni personas maltratadas. Todos nos comportaríamos como
hermanos, sin necesidad que alguien traduzca lo que decimos o que tengamos que
pagar cuantiosas sumas por aprender otras lenguas.
(Jn. 13, 34). “¡Miren cómo se aman!” , decían de los primeros cristianos porque
todos al unísimo hablaban el mismo idioma y en ocasiones hasta sin hablar se
entendían.
El idioma de Dios es tan sencillo que todos lo podemos hablar y reconocernos y
comprendernos como en los inicios de nuestra fe.
Es un idioma que a veces cuesta, pero no es imposible. Basta creer, confiar, poner
de nuestra parte, perdonar, amar, abandonarnos en sus brazos y recordar que
Dios es nuestro Padre, por lo tanto nosotros, todos, somos sus hijos.