En la festividad de Pedro y Pablo
El pasado día 29, festividad de san Pedro i san Pablo, leía que Benedicto XVI dedicó
su homilía a recordar, entre otras cosas, que la revelación del amor de Dios
requiere de testigos capaces de visibilizar el fundamento último de la unidad
eclesial. Pedro, el Papado, es ese signo visible, que sin embargo también
experimenta y sufre la debilidad.
Y es que el mal, la debilidad, el pecado merman las capacidades humanas, pero
nunca tienen la última palabra. La Iglesia católica no es una comunidad de ángeles,
sino de hombres que no son perfectos y que necesitan del amor reparador de Dios.
No se trata de una coartada, sino del reconocimiento de que la Iglesia y cada uno
de sus miembros están necesitados del aliento, del perdón y de la acogida de Dios.
Y Roma, la sede donde Pedro y Pablo fueron martirizados, tienen la misión histórica
de hacer visible que el poder de Dios se manifiesta en la mayor prueba de amor
jamás dada: la crucifixión de Cristo en el Calvario. Un buen recordatorio para estos
días de fuertes crisis, especialmente de tipo moral.
Jesús Domingo Martínez