El celibato sacerdotal.
Autor: Fabio Lorenzi, LC
A diferencia del celibato de los laicos, el de los sacerdotes está determinado por una
elección libre y consciente del hombre psicológicamente maduro y como tal no
provoca frustraciones. Hacer una elección libre siempre significa renunciar a otras
posibilidades, a otros valores; pero una elección libre es también testimonio de la
convicción de que el valor que se ha escogido, es superior a todos los demás.
Y entonces, ¿por qué algunos sacerdotes no han sabido vivir el celibato?. Sin querer
juzgar a nadie, pues el tema es suficientemente profundo y complicado para dar
respuesta simples, creo que analizando la vida de aquellos sacerdotes que no ha
sabido observar la obligación del celibato, se puede individuar una causa casi
siempre común a muchos: la degradación moral. De ordinario empieza con una
crisis de fe y con el rechazo interno de las reglas impuestas por la Iglesia; es decir,
con una gran falta de humildad; la mayoría de las veces la ley del celibato es
transgredida por personas demasiado seguras de sí mismas, que no buscan apoyo
continuo del amor de Dios. La santidad, aunque requiera la colaboración del
hombre, es antes que todo una gracia divina, don que hay que pedir humildemente
en la oración. Cuando la oración se apaga, el sacerdote se hace más vulnerable a
las presiones del ambiente.
El celibato necesita, por la propia debilidad que como hombres sentimos, un gran
deseo de superarse, pues con frecuencia es andar “contra corriente” de las propias
pasiones y “necesidades”; sabemos que es un desafío lanzado al mundo, pero
nunca es andar contra la naturaleza del hombre. El hombre, por el hecho de ser
hombre, es capaz de controlar sus propias reacciones. La exigencia del celibato no
supera las capacidades humanas: el mismo Cristo indica el camino cuando invita a
buscar la perfección. Una plena realización del sacerdocio y del celibato lleva la
personalidad del hombre a su auténtico desarrollo y entonces hace más fácil llegar
a aquel objetivo al que todos estamos llamados: la santidad.
Además, se ha dicho muchas veces que el sacerdote es “otro Cristo”. Ahora bien,
para el ejercicio del sacerdocio cada sacerdote actúa en la persona de Cristo, pero
lo que sucede el día de la ordenación sacerdotal exige todavía que la vida del
sacerdote, para que no sea una mentira, se convierta en una sola realidad con la
vida de Cristo. Así en la castidad el sacerdote no rechaza el amor, sino que se
realiza la perfección misma de la vida espiritual. Si no fuera así, la castidad non
podría ser condición al amor y podría devenir en condición a un egoísmo que podría
cerrar el alma y el corazón del sacerdote, haciendo así vacía y estéril su vida.
El amor exclusivo por Cristo, por el que él libremente ha renunciado a formar una
familia suya, dilata así su corazón para hacerlo capaz de un amor que no tiene
límites. Su familia es la humanidad.
Obviamente en el celibato la pulsión sexual persiste, pero de sensitiva que era se
acrecienta, subiendo hasta el árbol de la vida, hasta a Aquel que la genera. Este
acto sublime, es quizá el origen de la palabra coelibatus= estado no matrimonial
(Séneca), vida celeste (Valeriano). El corazón que renuncia a los amores por el
Amor es de verdad Coeli beatus.
La beata Madre Teresa de Calcuta nos dice: ´Vuestro celibato es el terrible vacío
que experimentáis. Dios no puede llenar lo que está lleno. Puede llenar solamente
lo que está vacío: la gran pobreza de vuestro ´sí´ signa el inicio de ser o de llegar a
estar vacíos. Quitad la mirada de vosotros mismos y alegraos de no tener nada, de
no ser nada, de no poder hacer nada. Cada vez que esta nulidad os espante,
sonreís a Jesús. Haced que Cristo sea en vosotros víctima y sacerdote. El celibato
sacerdotal no significa simplemente no casarse, no tener hijos. Representa el amor
indiviso por Cristo en la castidad; nada y nadie nos separará del amor de Cristo.
Vosotros tenéis que irradiar al mismo Jesús. Vuestra mirada debe de ser la suya,
vuestra palabras las suyas. La gente no busca a vuestros talentos, busca a Dios en
vosotros´.
¡Vence el mal con el bien!