Exceso de trabajo, exceso de descanso
P. Fernando Pascual
7-2-2010
Hay dos extremos peligrosos en la vida humana, según explicaba Pascal: estar lleno de ocupaciones,
y estar vacío de ocupaciones.
En el primer extremo, es fácil sucumbir a una sensación de cansancio y de derrota. Vemos tantas
cosas que deben ser realizadas, sentimos tantos ojos que nos piden esto o lo otro, deseamos
acometer mil actividades... y el tiempo es corto.
El hombre que desea leer varios periódicos, consultar distintos blogs, escribir muchos mensajes,
asear la casa, limpiar el coche, ordenar los papeles en la oficina, recoger fotocopias, comprar libros,
leer revistas, analizar el contenido de una película famosa, conocer las novedades en el mundo
tecnológico, tener un rato para el deporte... seguramente sentirá una angustia profunda cada noche
al ver que no ha podido realizar ni la mitad de lo que se había propuesto.
En el segundo extremo, por cansancio, por rutina, por fracasos, por la edad, por presiones externas,
por pereza, o por otros motivos complejos, uno se levanta y ve, ante sus ojos, un día que no sabe
cómo “llenar”.
La monotonía genera tristeza. Reconocer que no hay ideales, sueños, deberes, citas; descubrir que
nadie nos pide nada, que nadie nos espera, que lo que hagamos o dejemos de hacer parece no influir
para nada en la familia ni en el mundo, nos lleva a una sensación extraña de vacío, de inutilidad, de
fracaso.
Frente a los dos extremos, cada ser humano necesita abrir los ojos del alma para ver cuál es su
misión, qué puede hacer por los de casa y por los de lejos, cuáles son sus posibilidades reales.
Entonces es posible tomar decisiones concretas. Entre ellas, dejar de lado lo que no vale la pena, y
acometer con alegría y esperanza acciones concretas, útiles, buenas.
Ayuda mucho, en ese sentido, establecer prioridades y hacer un buen programa. Desde luego, el
programa ha de estar abierto a las mil eventualidades de la vida, para no convertirse en una camisa
de fuerza que genere angustias y que lleve a dar negativas a quienes piden, en lo justo, nuestra
ayuda. Al mismo tiempo, hay que reconocer con realismo que no todo es posible, pues ocurren
tantas cosas que impiden poner en práctica deseos buenos y programas bien planeados.
Respecto de la situación opuesta de quien no sabe cómo “matar” el tiempo y siente que su vida ya
no tiene sentido, vale la pena abrir los ojos y descubrir miles y miles de cosas buenas que todos
podemos llevar adelante: llamar o visitar a un familiar o amigo enfermo, reunir objetos para darlos
en beneficencia, leer buenos libros, buscar lugares de internet donde se pueden establecer diálogos
provechosos.
De modo especial, podemos descubrir que todos, tanto el que vive abrumado por mil cosas como el
que no sabe qué hacer la siguiente hora, podemos elevar la mente y el corazón a Dios con oraciones
sencillas y confiadas.
Dios es quien dirige la historia humana, quien ayuda a apreciar en su justa medida lo que hacemos y
lo que pasa, quien invita a horizontes de amor, de servicio, de entrega.
Cada hora, cada día, son ocasiones que Dios nos ofrece para acercarnos a la Patria eterna. Basta
simplemente con tener el corazón bien anclado en el Evangelio, para servir a quienes, a nuestro
lado, viven, trabajan, luchan y aman.