Entre sombras y luces
P. Fernando Pascual
2-6-2012
Hay momentos en los que no sabemos a ciencia cierta qué ocurre. Ni en el mundo que nos rodea, ni
en el corazón que dirige nuestros pasos.
Una oscuridad interior ofusca los pensamientos y lleva a inquietudes íntimas. No entendemos el
porqué de aquel accidente, ni el motivo de una traición, ni lo que vendrá tras un despido, ni lo que
empieza a insinuarse en la mirada sombría del médico que analiza nuestro último diagnóstico.
Son momentos de sombras. El alma observa el pasado con sus misterios, el presente con sus dudas,
el futuro con sus amenazas. ¿Qué será de mí? ¿Hacia dónde voy? ¿Quedan motivos para la
esperanza?
Otros momentos, en cambio, parecen luminosos, bellos, motivadores.
El dolor empieza a desaparecer. Un antiguo amigo se hace presente precisamente para dar una mano
cuando menos lo esperábamos. Un familiar nos pide perdón y busca restablecer puentes dañados.
Una llamada telefónica nos invita a una cita de la que puede surgir un nuevo trabajo.
Nuestra vida transcurre entre sombras y luces. Las sombras no son la última ni la única palabra.
Como tampoco las luces: a veces una vida que parece tranquila y serena choca por sorpresa con
males insospechados.
Entre esas luces y esas sombras, hay una esperanza grande y robusta que da sentido a quien se abre
a ella. Es la esperanza que viene del cielo, es la ayuda que ofrece un Dios que es Padre y nos ama,
es la Sangre derramada por el Hijo para el perdón de los pecados.
Entonces descubrimos que el cristiano que realmente cree está en la luz y ha vencido las tinieblas
(cf. Jn 1). El pecado deja espacio a la gracia. La Cruz prepara el gran día de la Pascua.
Tenemos, entonces, fuerzas magníficas para la lucha. “Vayamos adelante, el Señor ha dicho: ánimo,
yo he vencido el mundo. Somos del equipo del Señor, por lo tanto, del equipo victorioso”
(Benedicto XVI, 21 de mayo de 2012).