La peor ley posible
La premisa inmoral de negarle humanidad al feto, como hace la ley del aborto,
contamina toda la construcción del discurso pro abortista, pero explica la falta de
escrúpulos con los que el anterior Gobierno se vanagloriaba de introducir en la
sociedad la muerte legal de decenas de miles de seres humanos. Incluso la
entonces ministra Aído dio un paso más al defender el aborto como un método de
planificación familiar para “evitar embarazos no deseados”, cuando lo cierto es que
el aborto no evita embarazos, sino que los elimina, y que todos los expertos
desaconsejan emplear el aborto como método contraconceptivo.
Esta mala ley persevera también en la discriminación legal injusta de los enfermos,
legitimando la muerte del feto de mala salud, supuesto con innegable sesgo
depurador de la raza. Es, en definitiva, una ley de mala intención, que busca el
debilitamiento de valores esenciales en toda sociedad, cuales son la vida y la
maternidad, y que convierte al Estado en un promotor de abortos, en vez de dar
prioridad a la conservación de la vida humana y a una solución positiva de los
conflictos que provocan los embarazos no deseados, que es lo que cabe esperar de
una sociedad que presume de moderna, asistencial y solidaria. El nuevo Gobierno
tiene la palabra para enmendar este injusto desaguisado.
Jesús Domingo Martínez