Tecnología militar, ¿tecnología de muerte?
P. Fernando Pascual
26-5-2012
Al inicio la guerra era sencilla: piedras, palos, golpes, fuerza, muerte. La meta primaria era
neutralizar al enemigo, incluso a veces hasta terminar con él. Unos, para atacar y conquistar. Otros,
para defenderse. Pero casi siempre, se buscaba acabar la guerra lo antes posible y volver a la paz.
La inteligencia humana se puso al servicio del esfuerzo homicida que caracteriza todas las guerras.
Nuevos inventos “técnicos” produjeron “mejoras”: cómo matar a más en menos tiempo y con
menos bajas propias. Lanzas, flechas, catapultas, cañones, escopetas, ametralladoras, misiles,
bombas,... En las últimas etapas, armas capaces de destruir, en un abrir y cerrar de ojos, territorios
inmensos: estamos en la era de las bombas atómicas.
Cada “progreso” técnico en el ámbito militar supuso un cambio de comportamiento y de tácticas.
Quienes conocen más a fondo la historia militar, saben lo que significa pasar de un tipo de batalla
donde lo principal es la fuerza física a otro modo de organizar la guerra cuando lo más importante
resulta ser el número y el tipo de armamento. Los mismos sistemas defensivos (murallas en el
pasado, radares en el presente) se adaptan a las técnicas usadas por los combatientes.
La historia humana está marcada por ese inmenso esfuerzo de la tecnología militar. ¿Para qué?
Unos dicen: para defenderse. Otros, con el deseo de lograr conquistas “indispensables” para la
propia seguridad nacional, para garantizar el abastecimiento de comida o de fuentes de energía, para
extender el territorio según doctrinas tristemente famosas que hablaban del “espacio vital”.
¿El resultado? Campos de batalla llenos de miles de muertos, o ciudades devastadas por
bombardeos contra civiles. Sin contar con millones de heridos de mayor o menos gravedad, de
refugiados que huyen del frente de batalla, de niños abandonados a su suerte, de corazones
aterrorizados.
En el fondo de la larga historia de las guerras, siempre late ese misterio que se llama injusticia,
ambición, odio, pecado. No habría guerras si el perdón dominase en los corazones, si la avaricia
estuviera contenida, si mirásemos al otro como lo que es: hermano nacido desde el mismo amor de
Dios y para el mismo destino eterno.
Pero las heridas del mal siguen muy vivas. También hoy se invierten miles de millones de dólares
en tecnología militar. También hoy se buscan nuevos modos de asesinar a soldados o a civiles.
También hoy hay mutilados y huérfanos. También hoy el hambre afecta a millones de seres
humanos mientras algunas empresas ganan dinero por inventar, producir y vender armas
destructoras.
La tecnología militar, vista de frente, es una tecnología de muerte. Seguirá siendo rentable mientras
haya quienes busquen destruir y someter al otro por la violencia. Sucumbirá, como un momento
oscuro del pasado, si todos abrimos los corazones al mensaje de amor y de misericordia que trajo un
Maestro que nos enseñó hace 2000 años que son bienaventurados los pacíficos y los mansos...