Cambios
P. Fernando Pascual
19-5-2012
Nos cansamos de tener la mesa siempre igual. Llegó el momento del cambio.
Probamos de un modo, probamos de otro. Un día el dolor de cabeza nos hizo comprender que la luz
debía llegar de otra manera. Otro día fueron los brazos quienes se quejaron de la nueva posición.
Después, la espalda, siempre inquieta, no acababa de sentirse cómoda en la silla.
Tras varios intentos, al final volvimos a la situación de antes. ¿Perdimos el tiempo?
A veces los cambios llevan a resultados buenos: encontrar un modo más sano e inteligente de
disponer las cosas permite mejorar el ritmo de trabajo y estar un poco más serenos. Pero otras veces
la insatisfacción renace: no es tan fácil organizar las cosas que tenemos a la mano.
El deseo de cambios aparece con frecuencia en los corazones. Otras veces, sin embargo, sentimos el
deseo de dejar las cosas como estaban: si esto ha funcionado más o menos bien (lo perfecto es
imposible en este mundo), ¿para qué intentar cambios y cambios que nos quitan el tiempo y no
aseguran resultados positivos?
Encontrar un equilibrio entre lo conocido y lo novedoso no es fácil. Hay quienes se pasan casi toda
la vida de cambio en cambio, porque nunca llegan a la situación y al sistema que les satisfaga
plenamente. Otros caen en el extremo opuesto, y siguen con la misma silla y con la misma postura
corporal, sin darse cuenta del daño que producen a su espalda y a sus ojos.
Cambiar o no cambiar, ¿es esa la cuestión? A veces sí, a veces no. Más allá de la pregunta, hay otra
que es mucho más importante: ¿podemos empezar a pensar menos en nosotros y más en quienes
viven a nuestro lado? Quizá entonces sí valga la pena emprender algunos cambios urgentes, que nos
permitan vivir de modo menos egoísta y con un corazón un poco más grande y generoso.