La Adopción espiritual
Rebeca Reynaud
Una vida humana nueva comienza desde su concepción, aunque los signos
reveladores se vayan manifestando gradualmente. Desde ese momento hay un
viviente en formación, un ciudadano del Cielo.
Todo aborto produce dos víctimas: el niño y su madre. El niño muere en el proceso
y la madre es afectada en todos los niveles de su personalidad: biológicos,
afectivos, morales y espirituales. Aunque ella no se dé cuenta de inmediato, el
aborto va a herir profundamente su dignidad y su equilibrio psicológico.
¿Qué sucede en el aborto voluntario y provocado? “La mujer deja de ser la cuna del
bebé para convertirse en una tumba” (Christian de la Vierge). Una violencia
exterior, imprevista, va a acabar por la fuerza con el proceso lo que estaba en
marcha, cosa distinta del aborto natural o espontáneo.
¿Qué va a hacer la naturaleza? Va a continuar su trabajo inacabado, pero ahora
dentro de la mujer y de otra forma, provocando malestar y desasosiego. Queda una
herida imborrable en el subconsciente, que los recursos médicos no pueden curar.
Conviene recordar este adagio:
Dios perdona siempre;
el hombre, algunas veces;
la naturaleza, nunca.
Tarde o temprano, la mujer empieza a padecer depresión, angustia o una actitud
constante de agresividad contra su marido, contra los hombres, su entorno, contra
sí misma y contra Dios. Hay un impulso destructivo que genera tristeza, miedo,
angustia y una sensación de que le falta “algo”.
Caminos de curación
El primer paso es que la madre acepte enfrentarse consigo misma y reconozca
su
culpa
con el fin de pedir perdón a Dios y a su niño (a). Es un paso purificador y
profundamente apaciguador pues va a liberar la conciencia de un peso abrumador,
y más aún cuando ha habido varios abortos. Ese reconocimiento permite afrontar el
pasado y sus errores, y luego, el Perdón Sacramental va a abrir plenamente el
camino de la reconciliación entre la madre y su hijo, con todos los frutos de paz y
alegría vinculados a este sacramento, donde Jesús mismo toca el alma por
mediación del sacerdote.
La imposición de un nombre
Todo ser humano es único e irrepetible, lleva un nombre y es una persona
reconocida y amada por Él. Desde la concepción el niño recibe un alma inmortal. El
nombre expresa toda la persona, como dice la Biblia. Es importante que los padres,
o al menos la madre, reconozcan a su hijo como una persona y le den un nombre.
Es un paso primordial ya que eso le permite al niño salir del anonimato, y ese
nombre le dará un lugar en la vida de los padres. Ese nombre expresa su ternura
respecto al niño.
La adopción del niño abortado
La imposición de un nombre representa una auténtica “adopción espiritual”. El vacío
causado por el aborto se va a llenar con una presencia amada, amorosa, que
establecerá una nueva relación. El bebé ya no es un recuerdo, es alguien, un
viviente a quien se puede llamar, rezar y a quien se puede pedir perdón.
El alma del pequeño ser perdona siempre; esa alma podía hacer poco por sus
padres mientras éstos no le hubieran reconocido, pero una vez que la madre le da
un nombre, se establece un auténtico vínculo afectivo y espiritual entre ellos. Sus
padres pueden hablar con él, abrirle el corazón y pedirle apoyo, confiando a él a sus
demás hermanos, si los hubiera. Se convierte, pues, en un poderoso intercesor
para los suyos.
El hombre común puede ejercer también la adopción espiritual de un bebé
adoptado. El proceso es fácil ya que consiste en ponerles nombre a los bebés
abortados y rezar por ellos. En China se llevan a cabo catorce millones de abortos
al año, podemos adoptar un bebé al día o a la semana y pedir por ellos durante la
Misa.
Curación de los hermanos sobrevivientes
Mientras la madre, que se ha dado cuenta de la gravedad de su acto, no se haya
reconciliado con Dios, con el niño y consigo misma, ella sigue estando
extremadamente vulnerable, y lo más prudente es que no abra su corazón más que
a un confesor y, si es posible, a su pareja. Una vez curada, la madre comienza una
maternidad espiritual de otro orden. Puede asumir sus errores y quitar lo que
envenenaba a la familia como un absceso que requiere ser vaciado de su pus. Una
vez curada, la madre puede pedir perdón a sus hijos sobrevivientes, por las
secuelas que ellos hayan sufrido.
Todos los hermanos y hermanas nacidos de una madre que ha provocado un aborto
antes o después de su nacimiento, también son
víctimas
y sufren secuelas como la
angustia y un malestar difícil de explicar.
Sanación de nuestro árbol genealógico
Todos podemos ofrecer oraciones, trabajo, la Santa Misa y pequeños sacrificios
para la sanación de nuestro árbol genealógico; podemos rezar por nuestros
antepasados y nuestros difuntos y veremos grandes cambios en nuestra heredad y
en nuestras vidas. Con oración, ayuno y santas misas podemos ayudar a las
personas más necesitadas de la misericordia de Dios; no sólo a las que ya están en
la eternidad, sino también a las que andan en el mundo sin Dios y sin ley. Lo más
recomendable es entrar a una Iglesia y rezar ante el Sagrario que contiene el
Santísimo Sacramento. Allí encontraremos ciencia, luz y fuerza para seguir
adelante.
Otros pasos
Si los padres y los hermanos son católicos, conviene que recen un
Avemaría
cada
día, ofrecida al niño, que vayan a Misa en cada aniversario de la muerte de su
hermanito. La madre no se debe obsesiona por este (o estos) niño ausente (s), ya
que las obsesiones no son sanas. Deben orientar su vida hacia el Niño Jesús, Hijo
eterno del Padre, nacido de la Virgen María para ser nuestro único Salvador.
Una peregrinación a un santuario mariano, como la Villa de Guadalupe o un templo
dedicado a la Virgen María, puede suponer un gran alivio para las personas
involucradas. Nuestra Madre del Cielo sabe consolar y fortalecer mejor que nadie.
Para los que no tienen la fe cristiana, pueden recuperarse al reencontrar el sentido
de Dios para recobrar el respeto por la vida humana.
Por una muerte deseada, a Dios Padre se le priva de una alegría y se atenta contra
su plan para ese niño, con lo que se compromete toda la historia humana y el
porvenir de la humanidad, pues cada niño tiene una misión y una vocación que
nadie más que él puede cumplir.
En un libro de la Biblia, el Deuteronomio, dice:
“Mira, yo pongo ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia…
Te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición.
Escoge la vida, para que vidas, tú y tu descendencia, amando a Yavé
tu Dios”
(30, 15-20).
Solamente el Creador de la Vida y su Iglesia pueden curar la pérdida de una vida
y ciertas heridas.