TODO ES PROVISIONAL EN TU VIDA
Guste o no guste, se quiera o no admitir, hay una realidad en la vida de todos los
humanos, sean o no creyentes, sabios o ignorantes, pobres o ricos que se impone a
todos de un modo absoluto e indiscutible. Todos sin excepción, estamos instalados
ahora en lo provisional. Los que gracias a Dios tenemos fe, esperamos lo definitivo,
la vida sin fin o inmortalidad, que el Hijo de Dios, Jesucristo, nos ha prometido con
su vida, muerte y resurrección. Los ateos, agnósticos, materialistas, aguardan la
nada absoluta, sin esperar otra cosa. No hay término medio. Vivimos una sola vez.
Ni reencarnación ni repetición, ni repesca para nadie. Ante este dilema inaplazable
e indiscutible, se impone una seria reflexión personal y colectiva. No se trata de
una lotería, ni de una suerte, sino de vivir o morir según la enseñanza y ejemplo de
quien “bajó del cielo”, vino del más allá y nos ha revelado el futuro definitivo que
aguarda a los humanos, tras la muerte. Tampoco es el caso de hacer bromas,
ocurrencias o chistecitos de lo anunciado y que no hemos todavía experimentado
ningún viviente.
Quien reflexione sobre la caducidad, finitud de su efímera existencia en la tierra, lo
más racional sería vivir honestamente, apoyado, si no en un convencimiento de fe,
pero sí en un “por si acaso” fuera cierta la vida tras esta vida. La actitud prudente
no es reírse, gritar o manifestarse contra los creyentes y cristianos - ¡con lo que
nada se logra¡ - sino respetar todas las creencias, sin imponer a nadie el dogma del
ateismo.
Si se permite el consejo de un cura octogenario, convencido creyente, aunque
pecador como todos, sería el siguiente: Ateo o agnóstico, sea cual sea tu postura
intelectual y vital, habla a solas o en tu interior al dios desconocido de este o
parecido modo: “ Si es que existes, Dios, hazte presente con tu luz, poder y amor a
este pobre pecador que duda y hasta teme tu existencia y dame tu mano
misericordiosa como al buen ladrón, Dimas”. No quedarás sin respuesta, te lo
aseguro. Habrá merecido la pena y para siempre.
MIGUEL RIVILLA SAN MARTÍN.