MATAR EL TIEMPO
Pocas expresiones tan desafortunadas como la que a veces se oye en boca de
algunas personas, quienes al encontrártelas y saludarlas, contestan: “Ya ves,
fulano, aquí me tienes matando el tiempo”. Esta frase irreflexiva encierra a veces,
la triste situación de quienes no tienen horizonte alguno en sus vidas y se dedican a
“suicidarse”.
Duro es decirlo, pero es así. Vida y tiempo son la misma realidad. La vida que Dios
nos da al nacer, es el don más valioso que tenemos. Este regalo es único, personal,
caduco e intransferible. Nada se le puede comparar. Se vive una sola vez y hay que
aprovechar el tiempo. Cuando se nos acabe el tiempo, se nos acabará la vida. No
hay vuelta de hoja.
Dios da la vida a cada persona con un fin concreto: Su realización humana, terrena
y trascendente. Concisa y bellamente lo decía el viejo catecismo:”El fin del hombre
es conocer, amar y servir a Dios en esta vida y gozar de él en la eterna”. Quien
vive y muere de espaldas a Dios, frustra para siempre su personal realización.
Quien malgasta, derrocha o mata el tiempo, se va suicidando, al tirar un capital
irrecuperable. Algo que muy pocos piensan-( los mayores sí que lo pensamos )-
pero que muchos lo soslayan.
Si la vida presente no es otra cosa que la sucesión de instantes continuados de
segundos, minutos, horas, días y años irrepetibles, la persona sensata la
aprovechará con avidez para lograr su propia realización.
Lector amigo he aquí el consejo de un octogenario que te deja en el tramo final de
su vida: Aprovecha bien el resto de tu vida-viviendo en el amor a Dios y al prójimo
– y por favor, no te “suicides”. No seas tonto.
MIGUEL RIVILLA SAN MARTÍN.