Reflexiones
Padre Nicolás Schwizer
Palabra de Dios y nuestra respuesta
Mientras se les anuncia la palabra de Dios, se
ponen a pensar en sus preocupaciones habituales,
en sus sueños favoritos. Sería terrible si se
revelasen los pensamientos que ellos tienen,
mientras Dios les está hablando.
El gran reproche de los incrédulos modernos es el
silencio de Dios. Levantan los ojos al cielo, pero no
reciben un signo ni una respuesta de Él. Igualmente
muchos de los creyentes, tal vez también nosotros,
sentimos que Dios está en la oscuridad y se calla.
2) La segunda clase de oyentes es la de los
superficiales , la de las almas sensibles y
entusiastas, pero que carecen de perseverancia y
profundidad. Se exaltan fácilmente y se creen
convertidos por el mero hecho de sentirse
conmovidos. Todo lo que se les dice, les toca el
alma, pera nada de ello logra cambiarlos.
Si nos quejamos del silencio de Dios es porque no
prestamos oído al Evangelio. En él Dios nos habla.
Pero lo raro es que a muchos no les interesa la Palabra
de Dios, el mensaje que Dios les dirige, su “Buena
Nueva”. Hay un libro que muchos cristianos no
poseen, y si lo poseen no lo leen tanto: el Evangelio.
3) La tercera clase es la tierra fecunda y profunda
en que la semilla podría germinar. Son los que
tienen buenas cualidades para hacer algo por Dios
y por su Reino. Pero no tienen tiempo en medio
de sus preocupaciones y agitaciones terrenales, y
así ahogan la semilla.
Se interesan en demasiadas cosas para poder
ocuparse además de Dios. Siempre encuentran
alguna idea para discutir, algún defecto para
lamentar, alguna excusa para no pensar en la
palabra de Dios.
El Evangelio, la palabra de Dios, es siempre actual,
está dicha en este momento, nos repite continuamente,
es nuevo cada día, nuevo para cada ser humano.
Cuando comulgamos, no comulgamos con un Cristo
que vivió hace más de 2000 años, sino con un Cristo
que está vivo hoy y que nos está amando hoy. Y con el
Evangelio pasa lo mismo: no escuchamos al Cristo que
habla a los que vivieron hace más de 2000 años: oímos
al Cristo que nos habla ahora, en este momento.
El Evangelio es como un espejo. ¿Qué hay que hacer
con un espejo? Hay que mirarse en él. Cada uno de
nosotros puede verse en este espejo, reflejarse,
denunciarse, revelarse. Pero, muchas veces, en este
espejo no vemos más que a los otros: nos indignamos
por la maldad y la ceguera de los demás.
4) ¿Cuál es, entonces, el terreno en que la palabra
de Dios da fruto ? Son aquellos que reciben la
palabra de Dios como una revelación, los que se
dejan vaciar, desenmascarar y transformar. Son los
que se reconocen en el espejo de la palabra,
diciéndose: Ese soy yo. Es a mí a quien se dirige.
Soy yo el que tiene que cambiar. En ellos la
palabra de Dios va penetrando, madurando,
germinando, dando frutos maravillosos.
Testigo de esto son los Santos de todos los
tiempos. Y el molde ejemplar de esta actitud lo
encontramos como siempre en la Sma. Virgen
María. Ella respondió a su vocación por Dios de
una manera significativa: “He aquí lo esclava del
Seor; hágase en mí según tu palabra”. Y en dos
lugares distintos, el Evangelio dice de ella: “María
guardaba todas estas palabras, meditándolas en su
corazn”.
Pero la palabra de Dios exige de mí, una respuesta. En
nuestras relaciones humano-divinas no puede haber un
monólogo divino. El diálogo se nos impone. Y este
diálogo producirá fruto de acuerdo a nuestra
participación humana. Si la palabra de Dios no da
fruto, no es por culpa de la semilla, ni siquiera por
culpa del sembrador, sino por el terreno donde cae.
¡Cuántos sermones hemos oído, cuántas lecciones de
catecismo, cuántas exhortaciones en el confesionario!
Nunca jamás la palabra de Dios ha sido tan difundida
como ahora. Sin embargo, ¿cómo es posible que sea
tan poco fecunda en nuestras almas?
Todo depende de la disposición con que la
escuchamos, de la apertura con que la recibimos.
Jesús, caracteriza cuatro clases de cristianos, cuatro
clases de oyentes de la palabra divina:
Preguntas para la reflexión
1. ¿A qué clase de oyentes pertenecemos nosotros?
2. ¿Con qué apertura y disponibilidad aceptamos la
palabra de Dios?
3. ¿Con qué docilidad y perseverancia la
realizamos?
1) La primera clase es como el camino: duro,
impenetrable, cerrado por la costumbre . La semilla
cae sobre ellos sin poder penetrar en sus almas. Han
oído una infinidad de sermones, pero ninguno de ellos
los ha hecho cambiar.
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