CONTAGIO JUVENIL
Todos los humanos somos vulnerables y potenciales víctimas de los males físicos
como morales que nos acechan De modo especial los adolescentes y jóvenes, dada
su escasa experiencia vital, son más expuestos en pagar un alto precio por su
inmunidad o salud física como moral y espiritual. No trato ahora de los contagios
para el cuerpo, sino del alma y del espíritu que contagian a la adolescencia y
juventud cristianas, a modo de epidemia. Parto de un hecho constatado y bastante
generalizado.
En muchas parroquias, grupos, asociaciones y movimientos eclesiales, se percibe
un bajo índice de presencia, compromiso y de perseverancia de savia joven y
renovadora. Son mayores y de la 3ª edad, las personas integrantes de estos
grupos y asociaciones.
Se pueden aducir multitud de causas –¡vean los pastoralistas, sicólogos y
sicólogos¡- para explicar esta realidad que preocupa a la Iglesia y responsables de
la misma. Sin juventud no hay futuro, sin excluir a congregaciones y órdenes
religiosas. La pregunta clave que todos se hacen es:¿Qué está pasando, a qué se
debe este fenómeno y cual es el remedio de esta situación casi general?.
Sin pretensiones de entendido en la materia, pero sí de observador de la realidad,
apunto lo siguiente: Los adolescentes y jóvenes que han pasado por la Iglesia, tras
la primera y a veces última comunión, así como los confirmados en su fe, por otro
sacramento, pasan sin vacunarse debidamente, a ambientes sociales donde no
encuentran apenas modelos de identificación cristiana. Ni en las familias, ni en la
sociedad, ni en los adultos y mucho menos, en los de su edad. El ambiente puede
más que todas las prevenciones. El materialismo, consumismo, hedonismo y
egoísmo, les arrastra a abandonar las armas de todo cristiano: la oración, la
Palabra de Dios y los sacramentos, en especial de la eucaristía y de la confesión. En
una palabra, se hallan solos y con sus pocas fuerzas, arrastrados por un torrente
desatado de indiferencia religiosa y de compañías poco recomendables. Si a esto
añadimos la falta de voluntad y las pasiones de la carne, el resultado no puede ser
otro que ir a la deriva en su relación con la Iglesia y con Dios. Ambos quedan en la
penumbra del olvido o cuando lo necesiten por un apuro. Si es que aún queda algo
de la fe recibida.
No todo es negro en esta edad. La luz de la esperanza radica en encontrar e
integrarse en un grupo cristiano; la devoción a la Santísima Virgen resumida en
sencillas prácticas de devoción; el ejemplo y referente de sacerdotes y catequistas
que les quieran, orienten en la vida de fe y caridad y les alienten a superar las
pruebas de esta edad de transición hasta su madurez. Encontrar la pareja
adecuada, es un don de Dios que todo joven debe pedir a diario a Dios. Quien la
encuentra, encuentra un tesoro y quizás la salvación para esta vida y para la otra.
No es cuestión de suerte, sino de confianza ciega en quien todo lo sabe, todo lo
puede y nos ama y ha amado con un amor infinito. Dios nuestro Padre.
MIGUEL RIVILLA SAN MARTIN.