Un momento de respiro
P. Fernando Pascual
28-4-2012
Después de ciertos golpes de la vida, el agobio se ha intenso. Falta aire, faltan fuerzas, falta
esperanza.
El panorama se viste de nubes grises. No habíamos previsto aquella traición, aquel gesto de
deslealtad. O no sospechamos la bajeza moral de quien pensábamos honesto. O no fuimos capaces
de prepararnos ante una enfermedad que se hizo presente de golpe, sin señales premonitorias. O,
llevados por la ingenuidad o la presunción, nos expusimos al peligro, y caímos en un pecado
miserable.
Entonces todo adquiero un tono oscuro. No vemos por dónde salir del túnel. La tristeza invade el
corazón. Sentimos que nos falta el aire. Sucumbimos.
En situaciones así necesitamos descubrir que hay retazos de cielo entre las nubes, que el sol sigue su
marcha más allá de la tormenta, que existe un Dios que cuida de sus hijos.
Pero ese Dios, ¿no lo sentimos lejano? ¿Por qué permitió aquel gesto despiadado de un compañero?
¿Por qué no detuvo la marcha loca del coche que atropelló a un ser querido? ¿Por qué no impidió el
engaño de quien prometió dinero y luego nos dejó abandonados en medio de deudas asfixiantes?
Sin embargo, ese Dios está ahora más cerca que nunca. No puede dejarnos abandonados. Porque el
hijo es siempre hijo, incluso quizá lo es más intensamente en la enfermedad, la tristeza, el
abatimiento, la caída.
Necesito un momento de respiro. Miro al cielo para rastrear señales de un Dios que es Padre,
Amigo, Salvador. Ante Él están mis lágrimas sinceras.
Como el salmista, repito lleno de esperanza: “Yo, en cambio, a Dios invoco, y Yahveh me salva. A
la tarde, a la mañana, al mediodía me quejo y gimo: Él oye mi clamor” ( Sal 55,17-18).