Juan Pablo II y su vocación
A los cinco años de su muerte, quiero recordar cómo Juan Pablo II
hablaba, ya desde el comienzo de su pontificado, de abrir las puertas del corazón
a Cristo, en quien lo tenemos todo, nos ha mostrado que únicamente en Él
hallamos la plenitud de estas ansias de felicidad. Ha sido un Papa grande en
muchas cosas. Desde que Karol escuch la voz del Seor: “¡Sígueme!” comenzó
aquella respuesta a Dios, que fue dando con su vida, respuesta total a la llamada
divina como el buen pastor que “da su vida por las ovejas” y les lleva a
permanecer en el amor. Al final de su vida, seguía con este deseo, con palabras
de Jesús en el Huerto de los Olivos, dispuesto a hacer la voluntad del Padre:
«¡Levantaos, vamos!»; palabras de Jesús a los apóstoles somnolientos, y también
a nosotros para “levantarnos” en una entrega al ritmo de la suya, pues lo hemos
visto luchar sin cansancio hasta el final, superando todo tipo de dificultades, fiel
hasta la muerte, en una vida llena. No se reservó nada para él, quiso darse del
todo. Tenía como misión llevar a la Iglesia hasta el umbral del tercer milenio, y
entonces entendió que podía cantar el "Nunc Dimitis": "ahora puedes dejar
marchar a tu siervo". Sus últimos años fueron de alegría por la misión cumplida
también por la aplicación del Concilio, diálogo entre fe y razón, acercamiento de
religiones y culturas, la caída del muro de Berlín... Parece que le fuera dada una
señal cuando salió con vida del atentado de 1981, y un plazo: el tiempo que le
permitiera su enfermedad. Y al final de su vida vio que debía seguir llevando la
cruz como estandarte, para proclamarla ante una sociedad que rechaza el
sufrimiento a toda costa. El dolor, cuando se puede, hay que quitarlo, pero
sabemos en otras ocasiones no se puede, y que encuentra un sentido cuando va
ligado a ese amor lleva a sufrir por los demás, y a encontrar un sentido a los
dolores que permite Dios para sacar de ahí un bien más grande, la identificación
con Cristo en el amor. Cuando nos toca de cerca el mal, podemos unirnos a
Cristo y entrar “en una nueva dimensin, en un nuevo orden: el del amor... Es el
sufrimiento que quema y consume el mal con la llama del amor y obtiene
también del pecado un multiforme florecimiento de bien”, decía Juan Pablo II.
En este largo camino, Juan Pablo II fue desde el principio de la mano de
María, confiándole todo a ella: “Totus tuus”. Privado de su madre terrenal, ella
le hizo de madre. “Y de la madre aprendi a conformarse con Cristo” y
proclamar aquel «¡No tengáis miedo!». Con esta frase comenzó su pontificado,
esa fue su enseñanza a lo largo de estos 26 años y especialmente con su muerte,
llena de paz: es precisamente este grito hecho vida por el amor, lo que ha hecho
Magno a Juan Pablo II. Si estamos con María, si queremos a Jesús, tampoco
nosotros tendremos miedo.
Llucià Pou Sabaté