SACRAMENTO DE LA CONFESIÓN
Es una de las prácticas más recomendadas por la Iglesia para prepararse a la
celebración de la Pascua.
Este sacramento, instituido por Cristo (Jn 20,22-24), ha recibido diversos nombres:
penitencia, confesión, sacramento de la reconciliación... La Iglesia insta para que
todos sus hijos, al menos una vez al año, accedan a este sacramento. Las personas
mayores recordamos las colas interminables que antaño se formaban en las iglesias
para confesarse y “cumplir por Pascua”. Hoy se puede afirmar que este sacramento
se ha devaluado en casi todas partes. En general, se confiesa mucho menos que
antes.
No creo que esto obedezca simplemente a falta de fe. Son muchas las causas que
han puesto en crisis la práctica de este sacramento. Me llevaría largo y tendido
enunciarlas y analizarlas detalladamente. De hecho se ha obrado, para bien o para
mal - ¡es muy difícil evaluarlo!- un notable cambio y renovación en la práctica de
este sacramento, sobre todo después del Vaticano II. Día vendrá en que los
pastores y la jerarquía de la Iglesia se planteen con toda seriedad y detenimiento
este problema, que afecta a casi toda la Iglesia, y nos den las orientaciones
oportunas.
A mi modo de ver, subyacen aquí serios problemas teológicos y pastorales, como
pueden ser, entre otros,
el concepto de pecado, diversas formas de reconciliación, situaciones personales
cambiantes, etc. Hay que tener en cuenta que una cosa es el sacramento de la
penitencia y otra cosa el perdón de los pecados. Éste, según enseña el credo en
uno de sus artículos de fe, es una realidad en la Iglesia, que se obtiene gracias a la
fe y a la conversión.
El sacramento es la expresión simbólica y celebrativa del perdón de los pecados y
de la conversión. A lo largo de los siglos la Iglesia ha ido adoptando diversas
formas cambiantes en la administración y celebración de este sacramento. Así,
durante siglos, el sacramento de la penitencia fue considerado como un medio
extraordinario del perdón de los pecados, cuando se concedía una vez en la vida en
peligro inminente de muerte. Es decir, las formas externas del sacramento han
cambiado en el pasado y con toda seguridad cambiarán en el futuro.
Por efecto de una catequesis o praxis defectuosas, muchos fieles hacían consistir
este sacramento en una detallada acusación de todos sus pecados (confesión
autoacusadora o autojustificativa), que para muchos era un verdadero tormento,
descuidando otros requisitos esenciales, como la conversión del corazón y el
arrepentimiento. La confesión de los pecados, sin más, no tiene ninguna
consistencia sacramental. Gracias cumplidas tendríamos que dar los creyentes a
Dios por la tabla de salvación y santificación que nos da en
este sacramento, no siempre debidamente apreciado.
Hoy en día, cuando vemos las consultas de los psicólogos y hasta los platós de
televisión, llenos de gente necesitada de volcar fuera su interioridad, pagando por
ello o desnudándose sin ningún pudor ante la audiencia, siempre ávida de morbos,
los creyentes no deberíamos tener ningún reparo en acudir a los ministros de la
Iglesia para reconciliarnos con nuestro Padre Dios. Él nos sigue esperando con los
brazos abiertos para brindarnos generosamente una y mil veces, su paz y su
perdón. Merece la pena
MIGUEL RIVILLA SAN MARTIN