HORA DE CIERRE
Vértigo y grandes emociones acompañan a diario a los artesanos de un
periódico en la temida y amada hora de cierre.
Y es que un día con su hora de cierre inamovible es como una vida intensa
que muere cada noche. Es como la gestación de una creatura y su
nacimiento, todo en 24 horas.
Puede pasar que noticias que no habían llamado la atención, entran en el
último segundo. Otras, auténticas primicias, por llegar tarde dos segundos,
se quedan fuera. Los últimos minutos son la oportunidad de oro para que
faltas de ortografía monumentales se camuflen con tanta discreción que
logren colarse otra vez.
Así que no se te ocurra saludar por teléfono a uno de estos artesanos, 30
minutos antes de su hora de cierre…
Algo así también nos sucede a todos, en cada jornada de la vida. Cada
noche lo que hacemos es cerrar un día más que nunca volverá. Nuestros
días son continuos borradores que van y vienen y quedan como quedan a
las 12 de la noche.
El producto final le llega calientito muy de mañana a nuestro buen Dios.
Pero Él no es un lector desconocido que ignora por completo lo sucedido el
día anterior. No. Dios es también el Editor que ayer vivió junto a su
reportero todo el vértigo y las grandes emociones de la jornada.
Y es un Editor único en su género. Porque no te cambia ni una coma de tus
textos con su autoridad de editor. Tú día lo escribes tú. Sí, Él está contigo
todo el día, te orienta, te motiva, te sugiere, pero la última decisión te la
deja siempre a ti. Y todavía más: si te envía a cubrir una noticia, no se
queda Él en su oficina, sino que se sube a la moto contigo…
Tú con tu estilo de novato. Él con su vastísima experiencia y su estilo de
siglos, probadísimo; y, a la vez, siempre fresco e innovador.
Un día te echas una parrafada muy barroca de la que te sientes verdadero
genio. Luego Él te sugiere que quedaría mejor con lenguaje llano, y lo que
tú dijiste con diez líneas y vocabulario complicado, queda, si le haces caso,
en dos líneas muy claras y vivas. Tú, a veces te disgustarás, no lo
entenderás, y dejarás tu parrafada en la versión final. Al día siguiente, o
meses después, finalmente, entiendes por qué te sugería aquello.
Otras veces liarás tanto la sintaxis que te queda un amasijo de
yuxtapuestas, subordinadas e incisos infinitos que no hay quien los
desenrede… Tu Editor, con mucha paciencia, intentará -con frecuencia sin
éxito- hacerte caer en la cuenta del embrollo.
Otras veces querrás usar la palabra rimbombante que aprendiste el otro día
en el diccionario. Él te sugerirá un sinónimo perfecto que dice lo mismo
pero que lo entienden los niños.
Otras veces te harás el científico y meterás un argot tan tecnicista que ni
los expertos de tu supuesta ciencia son capaces de descifrar.
Otras veces insistirás en incluir a como dé lugar una idea y la repetirás diez
veces a lo largo del texto. Él te recomendará que quites todas, que te fíes,
que si lo haces así, la columna cobrará en belleza.
Otras veces ocultarás un dato. Sabes que es importante incluirlo en el
texto pero por temor te lo guardas. El Señor, cuando vea el borrador
contigo, te preguntará discretamente: “oye, ¿no crees que valdría la pena
añadir aquello de…?” Justo lo que habías callado.
Otras veces, a pesar de las mil buenas ideas que te da tu Editor, harás el
vago; y llegado el final de la jornada, entregarás un folio con un par de
frases cortísimas e inconexas. Y así se publicarán, porque quien firma eres
siempre tú.
Otras veces le dirás enfadado a tu Editor: “pues ya que no te gusta lo que
escribo, escríbelo tú directamente”. Te dirá que no. Que el autor de tu vida
eres tú, que cuentas con todo su apoyo, pero que Él no puede tomar tu
lugar.
Otras veces pensarás que editor tan entrometido está desdibujando tu
personalidad.
Otras veces querrás cambiar algo del artículo del día anterior. Te dirá que
es imposible. Que aquello hecho está y que no pierdas tiempo en mirar
dubitativamente hacia atrás sino que escribas lo de hoy.
En fin, que en la vida somos redactores aprendices y la clave está en no
cansarse de aprender, un poco cada día, de tan gran Editor, Padre,
Hermano y Amigo que da la vida por ti.
P. Arturo Guerra, LC
Director del campus varonil del Instituto Cumbres y Alpes Saltillo
aguerra@arcol.org