PASO MIS DÍAS AL AMPARO DE DIOS
Por: Claudio de Castro
Paso mis días buscando… al amparo de Dios.
Muchas veces desconozco el camino y no sé qué hacer. Es como si una venda
cubriera mis ojos. Entonces recuerdo estas palabras de Jesús, que me aclaran el
panorama: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Y todo vuelve a tener sentido.
Descubro que Él es el mejor camino que puedo tomar. Y empiezo a transitarlo
confiado.
Paso mis días en familia, viendo crecer a mis hijos, descubriendo el mundo que los
rodea, escribiendo, armando nuevos libros, tratando de hacer las cosas bien.
Hace mucho decidí dejar de preguntarlo todo, de cuestionarme, de analizar el por
qué de las cosas. Sencillamente confío. Confío con la ingenuidad de un niño que va
de la mano de su padre.
A menudo me cuesta, porque como todos, enfrento dificultades.
Paso mis días tratando de encontrar a Dios. Y todo el tiempo lo he tenido en mí. Y
yo he estado en Él. Pero a veces somos tan ciegos que no vemos lo evidente.
Somos templos de Dios. Yo, tú, aquél.
Es lo que descubrió san Agustín después de una larga búsqueda. Que Dios siempre
estuvo con él… sólo que Agustín no podía verlo, ni experimentarlo, si sentirlo. Y un
buen día pasó. Dios estaba allí, tangible, verdadero, vivo, reconocible.
Es el Dios que he encontrado. Un Dios que también es mi Padre. Y nos ama. Un
Dios tierno y bueno.
Hace algún tiempo acompañé a un amigo que repartiría la santa Comunión en un
Hospital para enfermos de cáncer. En el camino osadamente le dije a Jesús: “Dame
la gracia de verte y reconocerte”.
Empezamos a llevar la comunión a los enfermos. Recuerdo que antes de entrar a
cada cuarto pensaba: “¿Eres tú?” Pero no obtenía respuesta. Faltaba una
habitación y entramos. En ella vi a una persona completamente llagada, adolorida,
irreconocible.
Sentí en mi interior esta dulce voz que me decía: “Soy yo”.
No lo soporté. Tanto dolor me llegó al alma y tuve que salir. Me encontré con Jesús
en aquél enfermo y no fui capaz de abrazarlo, ni consolarlo ni sonreírle.
Le conté a un sacerdote amigo y me dijo: “No amaste lo suficiente”. Lo miré sin
comprender y me explicó: “De haber amado un poquito más, habrías tenido fuerzas
para permanecer y mirarlo con ese amor que proviene de Dios, y darle palabras de
consuelo”.
Paso mis días tratando de compartir estas vivencias que a menudo me
sorprenden. Como aquella vez que me fui a quejar con Él. Me paré inquieto frente
al Sagrario y exclamé: “Ayúdame”. Al segundo sentí una mano que tocó mi
hombro y escuché una voz profunda que decía: “Ayúdame”. Me volteo y tengo
frente a mí a un hombre lisiado que estaba en pie con mucha dificultad. Volvió a
repetir: “Ayúdame”. Miré al sagrario, sonreí y le dije a Jesús: “Te las sabes todas”.
Comprendí que somos sus manos y sus pies en esta tierra y que estamos para
ayudar a todo el que podamos. Olvidé mis dificultades y atendí a este hombre que
tenía más necesidades que yo.
Paso mis días tratando de sacar adelante a mi familia, cometiendo errores,
equivocándome… y a veces, haciendo algo bien.
La verdad ya no me preocupo por mis caídas. Lo único que nos queda es aprender
y levantarnos nuevamente.
A mi edad he aprendido que todo se basa en confiar. Aunque cueste hay que
confiar. A pesar de todo hay que confiar. Dios nos da su gracia en la medida de
nuestra confianza. Por eso nos enseña a confiar y nos poda como el buen jardinero
poda el arbusto… para robustecerlo.
Paso mis días esperando, con la ilusión de nuevas aventuras, con mi esperanza
puesta en Dios, mi Padre, tu Padre, nuestro Padre.