Pequeños pasos
P. Fernando Pascual
10-3-2012
Lo sabemos: para llegar lejos hay que empezar con los primeros pasos.
A veces serán pasos pequeños, humildes, quizá indecisos. Pero ya empezamos a movernos. El
camino se ha acortado. La meta está más cerca.
Surgen, sin embargo, miedos. Miedo a no tener fuerzas. Miedo a equivocarme de sendero. Miedo a
los salteadores. Miedo a mi inconstancia.
El camino sigue ante nosotros. Recorrerlo tiene sentido sólo si deseamos llegar a una meta buena,
atractiva, hermosa. Cuando la meta se difumina, los temores adquieren un tinte más terrible.
Cuando la meta brilla en toda su belleza, los temores quedan relegados a un segundo plano.
Toda nuestra vida consiste en emprender caminos. Algunos hacia metas inmediatas: la propia casa,
la casa de un familiar, el lugar de trabajo. Otros hacia metas más lejanas y decisivas.
Para los cristianos, la meta última tiene un nombre: la casa del Padre, el cielo eterno.
¿Qué pasos he dado hoy para la meta definitiva? ¿Cómo la veo? ¿Me entusiasma pensar en Dios
como Amigo verdadero? El cúmulo de experiencias diversas pueden paralizar mi corazón y atarme
a conquistas provisionales, incompletas, pasajeras.
No me basta caminar hacia lo efímero. Lo sé. Estoy hecho para un amor eterno. Pero de nuevo,
miedos, confusión, dudas, me paralizan.
Necesito escuchar, como los primeros cristianos, la voz del Maestro: “No temas”. Entonces podré
superar esa parálisis que me agobia. Empezaré a dar pequeños pasos que preparan una marcha más
decidida, más segura, más completa. Así, viviré desde una esperanza auténtica, y avanzaré un poco
hacia el encuentro definitivo con quien me espera, para siempre, en el cielo.