Más allá de mi contexto, Jesucristo
P. Fernando Pascual
10-3-2012
Cada ser humano nace en un lugar y un tiempo, aprende un idioma que le permite comunicarse con
otros, recibe una serie de influjos, asimila normas de conducta. Por eso pensamos desde
perspectivas bastante concretas.
Las experiencias se suceden y quedan en lo más íntimo de la propia memoria. Algunas podemos
recordarlas claramente. Otras, según explican en psicología, permanecen semiocultas e
inconscientes, o se pierden. Lo que permanece marca, con mayor o menor fuerza, mi contexto.
Los contextos explican por qué pensamos y actuamos de determinada manera. Ciertamente,
tenemos una mente que permite pensar y una voluntad libre con la que escogemos hacia dónde
vamos y qué queremos hacer. Pero muchas veces los horizontes del alma han quedado restringidos
a panoramas estrechos y a perspectivas incompletas.
Necesitamos aire puro y apertura de corazón para entrever horizontes nuevos. No podemos vivir
encadenados a lo que nos pide la materia, ni la prensa, ni los libros, ni las presiones de familiares y
amigos. Tenemos un espíritu capaz de mucho más.
El amor no tiene cadenas. La mente está irresistiblemente abierta hacia verdades completas. Los
pedazos del pasado y las circunstancias del presente no nos dicen todo sobre la vida y la muerte,
sobre el cielo y el infierno, sobre Dios y sobre el hombre.
La conciencia, con su voz humilde pero firme, nos invita a ir más allá de lo inmediato. El contexto
en el que vivo, entonces, se convierte en una plataforma que me lanza hacia algo más grande, más
bueno, más bello.
Hoy necesito romper con esquemas inútiles y abrirme, dócilmente, a la verdad que viene a nuestro
encuentro y que supo hablar con voz de hombre. Una verdad que tuvo un contexto, un lugar, un
idioma, un tiempo concreto, pero que estaba abierta a todos los tiempos y lugares, a todos los
corazones sedientos de esperanza. Una verdad que se llama, simplemente, Jesucristo.