Insatisfacciones que vienen de Dios
P. Fernando Pascual
10-3-2012
Hay momentos en los que vemos nuestras vidas en sus zonas más oscuras. Egoísmos, perezas,
miedos, aburguesamiento: hemos pactado con un modo de pensar y de actuar que está muy lejos de
la belleza, de la justicia, del amor completo y generoso.
Sentimos, entonces, una insatisfacción profunda. En muchos casos, es cierto, sabemos que no
hemos cometido grandes delitos, o que no hemos provocado daños irreparables en quienes están a
nuestro lado. Pero notamos que algo no está bien en la monotonía gris de apegos, avaricias y
caprichos que nos ahogan poco a poco.
No es hermoso vivir atado a mil pequeños vicios. No es grande la vida de quien ha dejado de aspirar
a metas nobles. No es cristiano el comportamiento de quien nunca visita al enfermo, ni viste al
desnudo, ni da de comer al hambriento, ni consuela al triste, ni da un buen consejo a quien lo
necesita, ni corrige a quien se equivoca.
La insatisfacción que invade mi espíritu viene, tal vez sin que me dé del todo cuenta, del corazón
mismo de Dios. Es Él quien me invita a romper con una tibieza que anestesia el alma (cf. Ap 3,14-
19). Es Él quien me repite una y otra vez que no puedo servir a Dios y al dinero (cf. Mt 6,24). Es Él
quien me recuerda que antes de llevar la oferta al templo necesito reconciliarme con mi hermano
(cf. Mt 5,23-24).
Hoy también Dios me susurra, desde insatisfacciones buenas, que necesito romper con el pecado,
que hace falta un gesto valiente y generoso para entrar por el camino del Evangelio. No será difícil
si me dejo guiar por la gracia divina, si abro mi corazón a voces que gritan, como Juan el Bautista,
que he de convertirme, porque ha llegado el Reino de los cielos (cf. Mt 3,2).
Tomo de nuevo entre mis manos la Sagrada Biblia y leo: “os exhortamos a no echar en saco roto la
gracia de Dios. Porque él dice: ‘En tiempo favorable te escuché, en día de salvación vine en tu
ayuda’. Pues mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación” ( 2Co 6,1-2).