Un mirada a la vida
P. Fernando Pascual
18-2-2012
Ya estamos en marcha. Un día nacimos. Estuvimos en brazos maternos. Recibimos cuidados y
educación. Poco a poco, crecimos, balbucimos unas palabras, empezamos a comunicarnos.
Sentimos la alegría de ser amados, y pudimos amar a quienes estaban más cercanos.
La vida avanza. Entre momentos de alegría y momentos de lágrimas, bajo la lluvia que refresca o
con un sol que abrasa.
El viento levanta polvaredas. Los pájaros se acurrucan en sus nidos. El cielo se viste de fiesta,
mientras la luna crece, saluda, y empequeñece en un ritmo fijo que se repite semana tras semana.
Nuestro corazón está inquieto. Sube y baja, envuelto en misterios. Se suceden momentos de
generosidad y de egoísmo, de amor y de miseria, de fiesta y de miedo. Cambiamos una y otra vez a
lo largo del tiempo.
Los días pasan. La vida sigue su camino. Quedan atrás experiencias que recordamos con gozo y
otras que desatan nuestras lágrimas. El presente está en nuestras manos. El futuro avanza con
horizontes llenos de misterios.
La mirada nos hace descubrir que cada vida humana es un misterio. Queremos descifrarla, pero nos
faltan elementos. No entendemos hechos ni psicologías. Hay actos (nuestros, ajenos) que nos
parecen absurdos, dañinos, destructores. Otros actos rompen con un pasado que parecía maligno
mientras escondía tesoros de bondad que empiezan a hacerse reales en el mundo.
Dios acompaña cada vida humana, con respeto, con cariño. No torcerá mi brazo para que no dañe a
un amigo. No cerrará mi boca para que no suelte venenos. No detendrá mis pensamientos para que
no se encierren en ideas maliciosas.
Simplemente, espera y susurra que le deje entrar, que le permita iluminar, que le suplique ayuda.
Ofrece un regalo único, extraordinario: misericordia.
Si le abro, si le acojo, podrá curar heridas de pecado. Limpiará una casa que ha estado descuidada
muchos años. Hará que esta vida raquítica y enfermiza salga de una tumba de egoísmo y empiece a
ayudar a quienes se encuentran a mi lado. Me acogerá con alegría inmensa, en un abrazo que une al
Padre bueno y a un hijo rescatado.