MÁS ALLÁ DEL ESTRÉS…
Si caminaste 200 pasos más de lo acostumbrado porque fuera de tu oficina
están instalando un semáforo y por lo mismo te has visto obligado a
estacionar más lejos, ya estás estresado. Si el jefe te levantó la voz un
decibel más de lo habitual, ya estás estresado. Si tu perro profirió cuatro
ladridos y un aullido a media noche, estás estresado. Si mañana presentas
un examen en la universidad, esta noche será de estrés acentuado. Si uno
de tus amigos olvidó felicitarte en tu cumpleaños, te viene una depresión.
Si la planta que regabas cada mañana comienza a palidecer, ello te produce
estrés. Si a tu mamá se le ocurre pedirte el favor de ir al súper a comprar
un litro de leche, ya estás estresado. Si te has entretenido cinco minutos
más en el embotellamiento cotidiano, a casa llegas estresado. Si al doblar
una esquina con tu vehículo, otro conductor te grita una que otra palabra,
te indignas y tu nivel de estrés pega un salto (no importa que la causa haya
sido que ignoraste un letrero de alto ).
Y no digamos si finalmente no prosperó aquella nueva oferta de trabajo tan
prometedora o si afrontas el dilema de llevar adelante o no un embarazo o
si un amigo sufre un accidente.
Cada cierto tiempo la prensa nos comparte un nuevo hallazgo del siguiente
tenor: “Los científicos Anderson-Hyde han descubierto que las personas
que poseen un gato en casa sufren más estrés que quienes eligen un perro”
o “una compañía neozelandesa ha realizado un estudio donde se demuestra
que ver un pordiosero por la calle puede producir considerables porcentajes
de estrés en un infante” o “una empresa cervecera ha publicado los
resultados de una investigación que prueba científicamente que quien bebe
un refresco cualquiera a partir de las diez de la noche sufre más estrés que
quien ingiere cerveza a la misma hora” (el hecho de que la compañía
auspiciadora del estudio sea vendedora de cervezas, es un dato periférico,
una mera coincidencia).
Las recomendaciones se desprenden con claridad: antes de comprarte un
gato piénsatelo bien, bebe una cerveza después de las diez (en vez de tu
habitual refresco), no permitas que tu hijo vea un pordiosero por la calle
(mucho menos se te ocurra abrir la ventanilla de tu coche...).
Casi todo causa estrés. Es una palabra barril: puedes meter ahí todo lo
negativo, lo que implica contratiempo, lo doloroso, lo imprevisto, lo que
rompe mis planes, lo que me compromete, lo que me exige, lo que me
obliga, lo no deseado, lo que agobia, lo que no esperaba, lo que no entiendo
por qué diantres se mete en mi vida... Negamos, de entrada, que algo
bueno pueda salir de ahí...
Stress ... palabra mágica... Y quizá también pretexto mágico... parapeto
mágico tras el que escondemos algo... Tal vez... el miedo a la aventura de
la vida que es donación...
Un principio intocable yace en el fondo de nuestra estresfobia: no permitas
por ningún motivo que el estrés entre en tu vida, huye de él como huirías
del coco o del hombre lobo o de lord Voldemort (si eres aficionado de Harry
Potter), evita todas las circunstancias que te orillen a estresarte. Cambia
de jefe si te grita demasiado (bueno, si logras conseguir otro). Demanda a
la compañía instaladora de semáforos, di formalmente a las autoridades
incompetentes que ese tipo de trabajos deberían realizarlo de noche, para
evitar que respetuosos ciudadanos como tú tengan que caminar 200 pasos
más de lo prescrito, y explícales todas las consecuencias que esos metros
de más pueden acarrear a la salud y equilibrio psicosomático del conductor
que no puede estacionarse donde siempre. Lucha unido para que el
profesor renuncie a tanto examen. Deja de hablar al amigo que tuvo la
osadía de no felicitarte. Dile a tu mamá que no vas, que siempre te manda
a ti, que porqué no envía a tu hermano que no hace nada. Ya no cultives
plantas, mejor practica un hobby menos estresante, como el de coleccionar
jabones de hotel. Antes de llevar adelante un embarazo piénsatelo dos y
tres veces, considera que el estrés que te produzca traer un niño al mundo
equivaldrá a que tu salud y esperanza de vida sufran menoscabo, que quizá
en vez de que puedas vivir ochenta años vivirás por culpa de ese embarazo
sólo 79...
Escribimos libros enteros, los psicólogos nos dan cursos para combatir el
estrés. Los farmacólogos inventan semanalmente por fin el medicamento
más útil contra el estrés. Al hojear una revista te topas pronto con un
artículo titulado en letras muy grandes de color verde: Nuevas técnicas
para combatir el estrés . Ah, por fin la solución. Ah, por fin dominaré el
estrés. Bastará aplicar fidelísimamente técnica por técnica...
Como si la vida fuese la ciencia de esconderse del estrés: estúdiate unos
métodos, entrena su aplicación, léete un libro especializado, compra la
última pastilla y tu vida cambiará, desaparecerá el estrés y entonces por fin
comenzarás a ser realmente feliz.
Desde luego que no se trata de negar por negar un fenómeno
psicofisiológico que sí existe y que tiene una incidencia real en nuestra vida.
Pero lo que podemos intentar es no ver el estrés y los hechos que pueden
causarlo como si fueran un horrible monstruo omnipotente dispuesto a
arruinar nuestra existencia.
La vida, en cuanto aventura, necesita el riesgo, necesita el contratiempo,
necesita la dificultad, el obstáculo... La realización de la persona, llamada a
entregarse a los demás, necesita la prueba, el dolor, el sufrimiento... Es ahí
donde al final los seres humanos nos hacemos más humanos. Ya alguien
decía que si al hombre y a la mujer de hoy se les enseña a no amar, se les
está enseñando a no ser seres humanos.
Ningún instructivo, ninguna técnica, ninguna medicación podrá para
siempre quitarnos el dolor, el sufrimiento en nuestra vida. Pero sí hay algo
que está en nuestras manos: la manera de recibir ese dolor, ese
sufrimiento, la manera de encontrarnos con ellos. Se trata de una actitud
allá en el fondo del corazón. Se trata de otra manera de vivir. Se trata de
empezar a preocuparse por los demás más que por uno mismo...
Otro autor comentaba que cuando al hombre ya no le funcionan las
anestesias para acabar con el dolor, no sabe qué hacer con él. Quizá es
precisamente en ese momento donde todo lo que para algunos es
desesperadamente estresante empieza a convertirse en moneda de
purificación, maduración, forja, humanización, realización y por tanto de
felicidad...
No es más feliz quien se topa menos con el sufrimiento sino quien construye
decididamente su vida con los ladrillos del dolor y de la alegría que se va
encontrando por el camino...
Y acaba de publicarse una investigación donde se prueba que enfrentarse a
un escrito de más de 6786 caracteres (con espacios incluidos) eleva los
niveles de estrés del lector más paciente…
P. Arturo Guerra, LC
Director del campus varonil del Instituto Cumbres y Alpes Saltillo
aguerra@arcol.org