Descubrir a Cristo como Amigo
P. Fernando Pascual
11-2-2012
Tal vez lo hemos leído muchas veces: Jesús no quiere llamarnos siervos. Su deseo consiste en que
seamos y vivamos como amigos (cf. Jn 15,14-15).
La vida, sin embargo, nos arrastra con mil problemas, mil angustias, mil miedos, mil placeres que
llegan y que pasan. Estamos más preocupados por el trabajo o por la pintura del techo que por lo
que le ocurre a nuestro Amigo.
Jesús, sin embargo, mantiene su mano tendida, su Corazón abierto, su mirada llena de cariño.
Sabemos que nos espera, con una presencia humilde y acogedora, en la Eucaristía. Sabemos que
anhela perdonarnos en el encuentro de la misericordia que se produce en cada confesión bien hecha.
Si dejamos un poco de espacio a su amor de Amigo, si le abrimos, aunque sea una simple rendija, la
puerta del alma, entrará con gusto. Así podremos cenar juntos (cf. Ap 3,20).
Es entonces cuando descubriremos que su presencia suaviza las penas, enciende alegrías, da
fortaleza para afrontar una vida llena de sorpresas y de pruebas.
Tener a Cristo cerca cambia completamente la existencia humana. El mundo adquiere un color
distinto. El que es verdadero amigo del Amigo eterno entiende pronto que hemos nacido para Él, y
que nuestro corazón, como el de san Agustín y el de tantos santos del pasado y del presente, sólo
podrá estar tranquilo y sereno cuando lo encontremos.
Uno de los amigos de Jesús, Robert Benson, escribió, hace ya muchos años, unas líneas poéticas
que reflejan lo que significa encontrarse con el Señor, en la intimidad alegre del amor verdadero.
Llevan como título “Así es mi amigo”.
“Te diré cómo le conocí:
había oído hablar mucho de Él, pero no hice caso.
Me cubría constantemente de atenciones y regalos, pero nunca le di las gracias.
Parecía desear mi amistad, y yo me mostraba indiferente.
Me sentía desamparado, infeliz, hambriento y en peligro, y Él me ofrecía refugio, consuelo, apoyo y
serenidad; pero yo seguía siendo ingrato.
Por fin, se cruzó en mi camino y, con lágrimas en los ojos, me suplicó:
ven y mora conmigo.
Te diré cómo me trata ahora: satisface todos mis deseos.
Me concede más de lo que me atrevo a pedir.
Se anticipa a mis necesidades.
Me ruega que le pida más.
Nunca me reprocha mis locuras pasadas.
Te diré ahora lo que pienso de Él:
es tan bueno como grande.
Su amor es tan ardiente como verdadero.
Es tan pródigo en Sus promesas como fiel en cumplirlas.
Tan celoso de mi amor como merecedor de él.
Soy su deudor en todo, y me invita a que le llame amigo”.
(Robert Benson, “La amistad de Cristo”).