Para evitar equivocarnos
Pensar antes que actuar
Pbro. José Martínez Colín
A nuestro alrededor suceden diversos acontecimientos, y
muchas veces solemos juzgar sin que nos conste su verdad,
dejándonos llevar sólo por las apariencias. Se requiere que
reflexionemos si nuestras palabras y actos corresponden con la
realidad, ya que no basta dejarse llevar solo por buenas intenciones.
Un relato nos pone en evidencia ese peligro.
Eran dos familias amigas y vecinas. Uno de los vecinos,
llamado Pedro, les compró un conejito a sus hijos. Los hijos del otro
vecino, llamado Raúl, también tenían una mascota, era un perro
pastor alemán.
Pedro le manifestó a su amigo Raúl que estaba temeroso de
que el perro se comiera a su conejo. Pero Raúl le dijo que su perro
apenas era un cachorro, que incluso podría hacerse un buen amigo
del conejo al crecer juntos. Que no se preocupara, pues él sabía
mucho de perros.
Parecía que Raúl tenía razón, pues iban creciendo juntos y
aparentaban ser buenos amigos. Era normal verlos jugar juntos en
el jardín al conejo y al cachorro.
Sin embargo, un viernes Pedro y su familia salieron para pasar
el fin de semana a la playa sin llevarse al conejo.
Ya el domingo por la tarde, en casa de Raúl, estaba toda la
familia tomando la merienda, cuando vieron entrar a su cachorro
pastor alemán a la cocina. El perro, traía al conejo entre los dientes,
todo sucio de tierra, reventado y, por supuesto, bien muerto. Se lo
quitaron del hocico y le dieron una tremenda golpiza al perro.
Pero Raúl decía: “Pedro tenía razón, mi perro iba a acabar por
matar al conejo. ¿Y ahora qué hacemos? ¿Cómo se lo decimos a los
niños que se habían encariñado mucho con el conejo? En unas
horas van a llegar”. Todos se miraban expectantes. El perro, a su
vez, no dejaba de llorar afuera, lamiendo sus heridas.
En eso a uno de los hijos se le ocurrió una idea: “Ya sé.
Vamos a lavar al conejo, lo dejamos limpio, y después lo secamos
con el secador y lo colocamos en su casita, como si nada. Y cuando
lleguen verán que se murió durmiendo”. Así lo hicieron. Hasta
perfume le pusieron al animalito, y parecía dormido.
Estuvieron esperando en su casa hasta que oyeron que
llegaron los vecinos. Casi inmediatamente oyeron los gritos de los
niños. “Ya lo habrán descubierto” se dijeron.
No pasaron ni cinco minutos cuando el dueño del conejo, vino
asustado a golpear la puerta. Parecía que había visto a un fantasma.
Como quien no sabe, Raúl le preguntó qué pasaba. Pedro
apenas podía hablar: “El conejo, el conejo...” Raúl insistió: “Qué
pasa con el conejo?” Pedro por fin pudo decirle: “El conejo está
muerto…” Raúl se hizo el sorprendido: “Pero si parecía sano”. Pedro
le aclaró: “No. Se murió desde el viernes. Fue antes de viajar, los
niños lo enterraron en el fondo del jardín. Ahora aparece y… ¡hasta
perfumado!”
La historia termina aquí. Pero ya se pueden sacar algunas
conclusiones. El personaje de esta historia es el pobre perro. Lo
imaginamos buscando por todas partes a su amigo el conejo y
cuando lo encuentra lo lleva muy triste a mostrárselo a sus amos,
pero éstos le dan una tremenda golpiza.
El error muchas veces proviene de juzgar con precipitación sin
antes verificar los hechos y podemos hacer sufrir a alguien. Y atrás
de ello muchas veces está el orgullo que nos impide pensar que
podemos estar equivocados. Así pues, la solución es doble: ser más
reflexivos y humildes.
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