La obsesión por ser leído
P. Fernando Pascual
Es algo normal en todo escritor: desear que otros lo lean.
Internet desvela esa faceta de quienes escriben, pues fácilmente se puede ver cómo se esfuerzan
para que sus escritos se difundan.
Blogs, Facebook, Twitter y otros ámbitos cibernéticos se convierten en medios usados con
frecuencia para lograr una mayor difusión. Además, con frecuencia los escritores se conectan entre
sí: empiezan a seguir a otros, y son a su vez seguidos.
Puede entonces surgir la pregunta: ¿es correcto invertir tiempo y energía para buscar que los
propios escritos se difundan?
No resulta fácil responder. Si miramos al pasado, el mundo de la imprenta generaba situaciones
parecidas: los autores tenían que luchar con pasión para vencer las no pocas dificultades que ponían
los editores. Sólo si se pasaba el “filtro” de la imprenta un escrito daba el paso decisivo para ser
difundido, para llegar a los lectores.
En la era de Internet, publicar se ha convertido en algo tan fácil y rápido, que entonces parece no
tener mucho sentido el esfuerzo por ganar lectores. Pero precisamente la facilidad con la que se
realizan publicaciones digitales ha generado un aumento enorme de materiales, un “griterío” de
artículos y textos sobre temas parecidos, que el ansia reaparece: ¿no ocurrirá que el trabajo pensado
por uno queda sepultado y perdido en la avalancha electrónica de escritos que aparecen
continuamente?
De ahí el esfuerzo por aumentar el número de “amigos”, por enviar mensajes de aviso sobre el
trabajo recién publicado, por conseguir que la propia página quede enlazada en otros lugares, y un
etcétera largo como larga es la ansiedad.
Pero, ¿es esa la cuestión? ¿No se trata más bien de preparar buen material y dejarlo abierto, sin
presiones a los potenciales lectores, para que cada quien pueda encontrarlo y leerlo si lo desea? ¿No
hay que superar el anhelo por aparecer en los primeros lugares en los buscadores, google y
compañeros, para “existir” en el mundo de la información?
La verdad es hermosa en sí misma. Cristo no nació ni en el tiempo de la imprenta, ni en la época de
la radio, ni entre las antenas televisivas, ni en el mundo de Internet, aunque sí predicó en un mundo
que ya conocía la escritura en formas frágiles pero eficaces. A pesar de ello, su mensaje tiene una
fuerza arrolladora, simplemente porque contiene verdades que Jesús enseñaba con su voz y con su
vida.
Quizá, entonces, el punto no consiste en luchar día tras día para “difundirse”. Basta, simplemente,
con lanzar la semilla. Si algo vale la pena, y si Dios así lo quiere, llegará a quien tenga que llegar.
Si, además, algún lector consigue acercarse a la verdad, ¿qué más puede desearse? A veces resulta
suficiente con que se produzca un único “acceso”, que no tiene casi ningún peso en los medidores
de “visitantes”, si ese acceso ha sido de calidad, y si el lector ha encontrado un escrito bañado de
belleza y de empatía sincera.