Levantar el corazón
P. Fernando Pascual
28-1-2012
No podemos realizar tantas cosas que desearíamos... A veces, por factores que escapan a nuestro
control. Otras veces, por culpa nuestra. Fallamos en la organización, o quisimos ir más allá de
nuestras posibilidades, o prometimos lo que no podíamos dar, o dejamos de lado el propio deber
para encontrarnos, al final, sin recursos y sin tiempo.
Al llegar a una situación de fracaso, el corazón corre el riesgo de hundirse. Duele no conseguir un
deseo fuertemente anhelado. Duele ver fracasar una obra que prometía tantos resultados. Duele
descubrir que las manos están vacías y que no se ha conseguido prácticamente nada.
Son momentos en los que quisiéramos llorar. Será, tal vez, con lágrimas de pena, sobre todo si le
hemos fallado a otros. Será, puede ocurrirnos, con lágrimas de amargura, que nos atan todavía más
a la desesperanza. Será, ojalá, con lágrimas de quien mira al cielo y pide ayuda.
Porque en lo más hondo de la fosa cualquier cristiano puede levantar el corazón y recordar que Dios
vino para todos. También para quien fracasa y siente en su alma pena por sí mismo y pena por
otros.
Miramos, entonces, hacia el cielo. Descubrimos que allí se encuentra un Sumo Sacerdote que fue en
todo, menos en el pecado, semejante a nosotros. Sentimos la seguridad de que podemos encontrar
un ancla que nos acerque a la morada eterna y segura, la que nos ha preparado para siempre Cristo
(cf. Heb 6,18-20; Jn 14,1-3).
Entonces llega el momento de tomar, nuevamente, el arado. No mirar hacia atrás, pues queda
mucho camino por recorrer. No llorar con amargura, porque las lágrimas sólo sirven si nos acercan
al consuelo divino y nos permiten volver a empezar. No sentirnos nunca solos, porque tenemos
siempre a nuestro lado, también después de un fracaso, a un Amigo bueno, fiel, dispuesto a
consolarnos.