Vivir sin prisas
Vivimos en un mundo veloz, en la cultura del instante. El mundo actual es la
aceleración, el cambio brusco, la inmediatez. Con las nuevas tecnologías todo va rápido,
nunca mejor dicho “las noticias vuelan” y todo llega en milésimas de segundos. Lo
queremos todo “ya”. La urgencia nos hace actuar de un modo en el que casi todo tiene que
estar terminado “para ayer”. Sin embargo, vivir así nos impide a veces pensar, hacernos
preguntas sencillas y relacionarnos de manera más humana. Quizás sea la respuesta al
porque, viviendo en la época de la comunicación, hay gente que se siente más sola que
nunca.
¿Qué nos pasa? ¿Da felicidad ese modo de vivir? ¿Somos más eficaces? Todos
nos quejamos de las prisas pero seguimos ese ritmo frenético. Si somos conscientes de la
situación y de las consecuencias que provoca, podremos ofrecer alternativas y hacer frente la
realidad de otra manera. El reloj nos gobierna, curiosamente cada vez corremos más y sin
embargo tenemos menos tiempo. Mas que controlar el tiempo deberíamos aprender a
disfrutar de él.
Tenemos tantos problemas y asuntos que resolver… trabajar, estudiar, ajustar
nuestro presupuesto y seguir cumpliendo con nuestras responsabilidades, que parece
imposible que en medio de tantas preocupaciones y contratiempos podamos conservar la
calma para resolver todo sin caer en la desesperación ni dañar a los demás con nuestra
impaciencia. Cuando tenemos dificultades podemos sentirnos tristes, irritables, desganados
y muchas veces en un callejón sin salida.
Vivir deprisa nos impide ver que cualquier ocasión es buena para regalarnos un
momento de tranquilidad, por ejemplo estar atrapados en un atasco nos da oportunidad de
disfrutar de un buen rato de música.
Estar serenos, sobreponernos de manera racional al impulso y actuar de manera
inteligente sobre los vaivenes de la vida, nos ayuda a “cantar bajo la lluvia” los días grises
y oscuros, incluso las mañanas de invierno parecen menos patéticas y más luminosas.
Dejar actuar nuestra alma racional sobre las borrascas de cada día, es muy
importante para saber tomar decisiones acertadas, intentar ser señores de nosotros mismos,
autores de la historia de nuestra vida, y así saber el camino correcto a seguir y decidir de
forma serena.
Hay ocasiones en la vida que tendremos que tomar decisiones rápidas, pero es
mejor actuar siempre con calma. Esto no significa convertirnos en unos “tranquilones”, está
claro que hay situaciones en las que viene muy bien actuar de forma rápida, pero sin
convertir la velocidad en una obsesión, en una forma de vivir. Además, aun al tomar
decisiones con rapidez, se puede tener un momento de reflexión, como vemos que hace el
jugador de fútbol al dar un buen pase de balón: tener visión de juego y saber improvisar será
la mejor jugada que podamos hacer en la vida. Ser previsores nos asegura un margen de
error mínimo y si nos las vemos venir, no perderemos el centro del campo.
Actuar con serenidad es una provocación para los amantes de la velocidad, ¿con
qué resultado?: en la vida hay más accidentes, como en el trafico, por nuestra precipitación y
falta de serenidad que por actuar con calma. Buena cosa es contar hasta diez para disfrutar
de las cosas. Nos encontraremos la paz y la alegría, porque es la alegría la que nos deja
tranquilos. Dejemos pues tanta prisa por hacer, para escuchar nuestra voz interior que nos
recuerda que lo único importante es: vivir.
Nieves Acosta Picado