La vida es como el tiro con arco.
Felipe santos, SDB
El blanco era difícil.
Un águila oscura con solo una pluma blanca en la punta del ala volaba alto, muy
alto en curvas caprichosas, y desde el suelo con una sola flecha había que
arrancarle la plumita blanca sin herir al ave.
Llegó el primer arquero al centro reglamentario, y el Maestro le pregunt: “-¿qué
ves?" Contestó: "-Veo el público, y mi familia y amigos...; veo el prado y las
plantas y los árboles que me rodean; veo las nubes en el cielo, y el águila que entre
ellas vuela”. “-Ves demasiado”, dijo el Maestro, y lo despidi.
Llegó el segundo. "-¿Qué ves?” “-Veo sólo el punto blanco de la pluma que he de
alcanzar con mi flecha". "-Ves demasiado poco”, dijo el Maestro, y lo despidi.
Llegó el tercero. "-¿Qué ves?” “-Más que ver, siento. Siento a mi alrededor el
público que con sus voces y sus gestos señalan el vuelo del águila; siento en mi piel
la fuerza y la dirección del viento que me indica sin yo distraerme, hacia dónde va a
empujar mi flecha; siento el arco y la flecha como prolongación de mi brazo y
mano, y la pluma blanca en el cielo que se deja acariciar desde aquí por mi
mirada”. "-Tú estás preparado", dijo el Maestro, "puedes tirar". Hubo un momento
de susurros y miradas, de brisas y caricias, del sonido vibrante del arco seguro y la
trayectoria certera de la flecha veloz. Un momento en que el todo se unió con el
todo, y árboles y nubes y rostros y miradas se unieron en la punta de la flecha y en
el copo blanco de la pluma que descendió satisfecha de satisfacer a todos. Cuando
todo es uno, todo vive”.
Me gustó la historia, firmada por la hermana Teresita Santamaría, pues pensé que
más que hacer cosas hay que vivirlas, sentir ese momento mágico que está
escondido en cada cosa. A veces estamos replegados sobre nosotros mismos, no
somos capaces de ese sentir la vida. El egoísmo nos impide darnos cuenta de lo
que hay a nuestro alrededor, nos anula, priva de ser uno mismo quien actúa.
Tendemos a dejarnos llevar por la rutina, el aburrimiento, y en esta situación caben
las dos posibilidades: caer en la rutina que esclaviza –ver poco- o como el primer
arquero ver demasiado, divagar, es fácil que la imaginación se desate y busque un
refugio en la fantasía que, alejando de la realidad, acaba adormeciendo la voluntad.
Es la „mística ojalatera‟, hecha de ensueos vanos y de falsos idealismos: ¡ojalá no
me hubiera casado, ojalá no tuviera esa profesión, ojalá tuviera más salud, o
menos aos, o más tiempo!” En esos casos, uno tiende a escapar de aquella
situacin a la que no quiere enfrentarse. Como la protagonista de la novela “Donde
el corazn te lleve” de S. Tamaro, que dice a la abuela que se va a América, pues
“así al menos no pierdo el tiempo y aprendo idiomas”. Pero le contesta la abuela
que la vida no es una carrera sino un tiro con arco, lo importante en la vida no es
hacer muchas cosas y no perder nunca el tiempo sino estar centrado, y el que no
está centrado está descentrado, inquieto hasta que encuentra su centro.
Hay que evitar esos dos peligros: ver tan poco que uno acaba esclavo del deber,
trabajo, afán de dinero... y está aburrido; y como consecuencia la cabeza va hacia
otra parte, escapa entre ensueños que alejan de la realidad. Hemos de vivir la vida,
estar centrados en lo que toca en cada instante, y “sentir” el momento presente
como la única cosa existente, sin pensar en lo que pasó ni en lo que vendrá. Dios
está como escondido en cada quehacer, y ese "algo divino" que está en todas las
cosas está siempre ahí, esperando que sepamos encontrarlo, vivir cada instante con
“vibracin de eternidad”, como recordaba estos días Mons. Javier Echevarría con
unos versos del poeta Joan Maragall, que comprendía muy bien ese “algo divino”
encerrado en cada instante:
“Esfuérzate en tu quehacer / como si de cada detalle que pienses, / de cada palabra
que digas, / de cada pieza que pongas, / de cada golpe de martillo que des, /
dependiese la salvacin de la humanidad / porque en efecto depende, créelo”