Aborto e infanticidio
P. Fernando Pascual
7-1-2012
¿Existe algún hilo que muestre la conexión entre aborto e infanticidio? La pregunta surge ante casos
en los que se eliminan a fetos tan desarrollados que podrían sobrevivir, por ejemplo, a través de un
parto cesáreo y con los tratamientos adecuados.
Pero la pregunta quiere ir más a fondo: ¿existe una diferencia ética entre la eliminación de un
embrión, la de un feto y la de un niño recién nacido o de pocos días de vida?
Hay quienes piensan que sí. Para llegar a tal afirmación, constatan las diferencias que se dan en las
distintas etapas de desarrollo del ser humano.
Un embrión humano se encuentra en una etapa inicial, con un desarrollo insuficiente. Es incapaz de
crecer fuera del útero materno hasta una edad equivalente a la de quien nace por parto, al menos tal
y como hoy funciona la medicina en la actualidad.
El feto está, ciertamente, más desarrollado, pero depende en mucho del cuerpo materno. Hoy día, a
partir de un número determinado de semanas, es posible mantenerlo en vida en incubadoras y
cuidarlo, por lo que su existencia parecería más “interesante” que la del embrión.
El niño recién nacido goza de un status social bastante claro: es visible, se mueve, se alimenta por sí
mismo. Pero existen pueblos del pasado, y algunas teorías del presente, que quieren considerarlo
como un asunto “privado”, como un “algo” sobre el que los padres pueden decidir si vive o si
“muere” (si es asesinado).
No pensemos que la anterior idea sea algo recóndito, defendido por personas extrañas. La hacen
suya, por ejemplo, dos entre los grandes bioeticistas del mundo anglosajón, el australiano Peter
Singer y el estadounidense Hugo Tristram Engelhardt, si bien desde presupuestos diferentes.
Volvamos a la pregunta inicial, ¿hay algo que une de algún modo la defensa del aborto y la defensa
del infanticidio? Singer y Engelhardt nos dicen que sí: el hecho de que la vida del nuevo ser
humano estaría (según ellos) completamente supeditada a lo que decidan sus padres, o simplemente
su madre.
Sobre este punto, Engelhardt tiene un pensamiento que a muchos resulta escandaloso: cada hijo
merecería sólo el respeto y tratamiento que decidan sus padres, y podría ser visto, en ese sentido,
como una especie de “propiedad privada”. El Estado no debería intervenir en un asunto que
dependería, según Engelhardt, exclusivamente de las convicciones de los “propietarios” del hijo.
De un modo semejante, Singer admite que la biología no reconoce un salto relevante entre la
constitución física de un feto de 8 meses y la de un bebé recién nacido. Si hay lugares, como por
ejemplo en los Estados Unidos de América, donde se permite la eliminación de fetos muy
desarrollados, no tendría sentido escandalizarse si el eliminado es un hijo que acaba de nacer y que
tiene todavía muchas carencias constitucionales.
Singer, Engelhardt y quienes se acercan de algún modo a este tipo de propuestas, reconocen algo
que muchos no quieren ver: la mentalidad que permite el aborto tiende, de modos más o menos
radicales, a aceptar como una opción entre otras la eliminación de los hijos ya nacidos.
¿De qué mentalidad se trata? Como vimos, de la que reduce el valor de los hijos a lo que
determinen sus padres. Esto vale tanto para el embrión de pocos días como para el feto o para el
hijo muy pequeño: sus existencias quedan supeditadas a los proyectos de los adultos “encargados”
de velar por sus vidas.
Si según los proyectos de los padres el hijo tiene algún valor, pueden acogerlo e incluso pedir
ayudas concretas para que el embarazo se desarrolle de modo adecuado y para que tras el parto haya
una buena asistencia sanitaria. En cambio, si tales proyectos consideran al hijo como no deseable,
sus padres cuentan en muchos lugares con el “derecho” a decidir su destrucción a través del aborto
“legal” en los primeros meses.
Desde ese supuesto “derecho” al aborto es fácil dar el paso hacia el infanticidio, porque no se ha
reconocido ni aceptado al hijo por su dignidad intrínseca, que está por encima de los deseos y
planes de sus mismos padres.
Decir lo anterior supone ser capaces de elaborar una reflexión antropológica sobre la dignidad
humana en todas las etapas de la vida de cada individuo. Si se niega tal dignidad en las etapas
iniciales (o en las finales, como algunos pretenden respecto de los enfermos que se encuentran en el
así llamado estado vegetativo persistente), se corre el riesgo de negarla también en otras etapas,
pues la dignidad existiría en tanto en cuanto alguien la reconoce, y dejaría de existir si falta tal
reconocimiento.
Para concluir, ¿existe un hilo que relaciona entre sí el aborto y el infanticidio? Sí: el de aquellas
mentalidades que niegan una dignidad intrínseca a algunos seres humanos y sólo la reconocen a
otros según ciertas condiciones más o menos convencionales.
Si el infanticidio del propio hijo es visto por muchos como un acto criminal y un delito sumamente
grave, se hace necesario ir a fondo y reconocer que no es menos grave la eliminación de los hijos
antes de nacer.
El aborto es, por lo tanto, la raíz que prepara y que nutre la mentalidad a favor del infanticidio. La
mejor manera de evitar ambas injusticias radica en reconocer y defender con firmeza la dignidad de
cada ser humano desde ese momento inicial de su vida, tras la fecundación de un óvulo por parte de
un espermatozoide, hasta que llega la hora de su muerte natural.