Los Reyes Magos existen
Interesante por lo actual, real y sustancioso, este artículo de Monseñor Munilla, de
2007. Dice Monseñor Munilla:
Los padres -y los Reyes- hacen eso que pide Cristo: "no hagas limosna para
ser visto por los hombres”.
Desde muy pequeño, siempre fue un misterio para mí eso de que nuestras madres
tuviesen la satisfacción de servirse la cabeza y el espinazo del pescado o el trozo
del bizcocho que había salido ennegrecido del horno…
¡Qué suerte que, casualmente, a ellas les gustase todo lo que era
despreciado por nosotros! ¡Qué suerte que nuestras madres no se pusiesen
nunca enfermas y no necesitasen permanecer en cama, como con tanta frecuencia
nos ocurría a nosotros!
A nada que uno fuese un poco observador y que tuviera un mínimo de sensibilidad,
terminaba por descubrir que allí había truco, y que tanta armonía familiar no podía
ser casual. Claro que, siempre habrá algunos que, a pesar su mayoría de edad,
sigan llamando “suerte” y considerando como “un derecho”, todo aquello que no es
sino producto de un amor gratuito e inmerecido hacia ellos.
Estos últimos suelen pensar que sus padres les mintieron con la magia de los Reyes
Magos. Su insensibilidad y dureza de corazón les impide entender que LOS REYES
SON VERDAD .
Están lejos de comprender que la bondad auténtica no se publicita, sino que gusta
de permanecer oculta, conforme al ideal que nos propuso el mismo Jesucristo:
“Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por
ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto,
cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los
hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los
hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas
limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna
quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.” (Mt. 6, 1-
4).
En contra de lo que suele afirmarse, la magia del día de Reyes está más en los
padres que en los niños. El milagro del amor, que cada 6 de enero visualizamos de
forma muy particular, consiste en hacer el bien permaneciendo en la sombra. Esa
es exactamente la clave y la razón de ser de San José en el misterio de Belén y de
Nazaret, dicho sea de paso.
Tengo un amigo que suele decir que, para que una familia “funcione”, hace falta
que haya en ella, por lo menos, un “tonto”. Pero, para que la familia “sea feliz”, es
necesario que haya tantos “tontos”, como miembros. Lo que mi amigo entiende por
“tonto”, es bastante evidente: aquel que sirve a los demás, olvidándose de sí
mismo; aquel cuya felicidad consiste en hacer felices a los demás…
Las aplicaciones prácticas de este principio de salud familiar para la vida
matrimonial, son y deberían ser muchas y muy concretas. De sobra sabemos que
cuando la propia comodidad y el egoísmo se convierten en motor de la existencia,
la supervivencia del matrimonio está en grave peligro. De poco servirán en esas
circunstancias, los planteamientos reivindicativos del reparto de tareas domésticas
u otros discursos similares.
La salud del matrimonio y de la familia no puede basarse en un consenso de
mínimos, que no dejará de esconder un pacto de egoísmos. La magia del
matrimonio es la misma que la magia de los Reyes Magos. Frente a quienes buscan
su felicidad mirándose al ombligo, atrapados por una esclavitud egocéntrica, los
esposos realizan el ideal de las palabras evangélicas: “El que encuentre su vida, la
perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mc. 10, 39).
Sin embargo, es un hecho que, suele resultar más fácil poner en práctica este
principio espiritual de entrega y de olvido de uno mismo, con los propios hijos, que
dentro del matrimonio. ¿Quién no ha escuchado expresiones del tenor de “A mi
marido lo encontré en la calle, pero mi hijos han salido de mis entraas”?
El amor hacia los hijos es más instintivo que el amor esponsal. De lo cual se deduce
que, es más fácil hacer de Rey Mago con los hijos que con la esposa o el esposo.
Sin embargo, difícilmente nuestros padres podrían ejercer coherentemente con
nosotros de Melchor, Gaspar y Baltasar; si previamente y, al mismo tiempo, no
fueran el uno para el otro: María para José, y José para María.
Su regalo para nosotros está fundamentado en el regalo mutuo de sus vidas. ¡Lo
hemos visto en tantos episodios de la vida familiar! ¡Lo estamos comprobando en
tantas obras de caridad, en el seno de la Iglesia! ¡Lo percibimos en nuestra
sociedad, en tantos testimonios públicos y, sobre todo, annimos…!
Sí, es cierto, no lo dudes…, ¡los Reyes Magos existen!”
Keka Lorenzo de Astorga.