Víctimas de la usura
P. Fernando Pascual
24-12-2011
La usura destruye vidas, genera angustias, provoca ansiedades, causa formas muy dolorosas de
esclavitud.
Algunos sucumben bajo la usura con un cierto grado de culpa. Quienes despilfarran el dinero
arrastrados por la adicción a las apuestas y luego piden dinero al usurero para seguir en su vicio,
tienen no poca responsabilidad en lo que les ocurre (menos en los casos de graves enfermedades
psicológicas). Otros han llegado a una situación de penuria económica por haber administrado sin
responsabilidad sus posesiones; al final, sienten la urgencia de un dinero rápido, y caen fácilmente
en las manos de prestamistas carentes de escrúpulos.
Pero muchos otros quedan atrapados en la usura simplemente por situaciones no culpables. Los
padres de familia que no consiguen el dinero necesario para dar de comer a sus hijos; el joven que
necesita dinero para pagar el último año de carrera y así estar listo para una ocasión importante en
su camino profesional; el hombre o la mujer que perderán la casa y tendrán que dormir en la calle si
no pagan las cuentas de alquiler... Miles y miles de personas viven bajo la angustia de conseguir
urgentemente dinero, que les es ofrecido, sin muchos trámites pero con intereses asesinos, de mano
de usureros despiadados.
El préstamo a intereses desorbitados produce, ciertamente, un pequeño alivio: al menos se paga lo
urgentísimo, y así uno sobrevive unos cuantos días más. Pero el precio es muy alto: el dinero que se
pudo conseguir está asociado a la presión de intereses criminales, que “obligan” a devolver un
capital muy superior al recibido.
Por eso la usura genera esclavitudes y desesperación. La ayuda para el hoy se convierte rápidamente
en un monstruo terrible, que devora y destruye lo que uno pueda ganar con su trabajo o las
pertenencias básicas que se hayan conservado hasta esos momentos dramáticos.
¿Cómo superar este tipo de situaciones? Parece utópico trabajar por sociedades en las que nadie
sienta la urgencia del dinero. Pero se puede, poco a poco, crear sistemas de ayuda de forma que los
más necesitados tengan acceso a préstamos justos, y un apoyo para que pronto encuentren un puesto
de trabajo con el que puedan salir adelante. Ese apoyo debe venir de los mismos familiares y de
hombres y mujeres de buena voluntad, dispuestos a ofrecer lo necesario a quienes viven en
situaciones de penuria.
La condena contra la usura es de las más firmes que encontramos en la doctrina católica, aunque
muchos no lo recuerdan. En el libro del Levítico leemos lo siguiente: “Si tu hermano se empobrece
y vacila su mano en asuntos contigo, lo mantendrás como forastero o huésped, para que pueda vivir
junto a ti. No tomarás de él interés ni usura, antes bien teme a tu Dios y deja vivir a tu hermano
junto a ti. No le darás por interés tu dinero ni le darás tus víveres a usura” ( Lv 25,35-37).
En una audiencia general, Juan Pablo II recordaba la necesidad de “no prestar dinero con usura,
delito que también en nuestros días es una infame realidad, capaz de estrangular la vida de muchas
personas” (4 de febrero de 2004).
Benedicto XVI, en la encíclica publicada el año 2010, “Caritas in veritate” (n. 65), pedía medidas
concretas para proteger de los riesgos de la usura a los más vulnerables, así como el deber de
enseñarles a defenderse de esta amenaza.
En las situaciones de crisis económica que afligen diversos lugares del planeta, la desesperación de
muchos desencadena, por desgracia, la avidez de los usureros, que incluso, con apariencias de
legalidad, ofrecerán dinero “fácil” a un precio esclavizante.
Por lo mismo, luchar contra la pobreza, promover acciones concretas de solidaridad, estar
disponibles a ayudar en sus necesidades primarias a los más necesitados, hará posible que sean
pocos los que caigan bajo las garras de usureros, y que hombres y mujeres puedan reconocer que el
mundo es hermoso cuando llega la necesaria ayuda de manos amigas y desinteresadas.