Con mis miedos a cuestas
P. Fernando Pascual
17-12-2011
Tengo miedo. Muchas veces sin que sepa bien cuál sea la causa. Otras veces ante situaciones de la
vida más o menos concretas.
Tengo miedo a ese martilleo constante de peligros de cada día: robos, amenazas, prepotencia,
engaños.
Tengo miedo a ese familiar o ese conocido que lucha una y otra vez por marginarme, por hundirme,
por quitarme la fama, por hacerme perder amigos.
Tengo miedo a las exigencias de una sociedad que pide mucho y garantiza poco, que deja a miles de
personas sin trabajo, que no sabe pagar lo merecido al necesitado, que permite usuras ilegales o
préstamos “legales” a intereses de usura que arrastran a muchos hacia la miseria y la desesperanza.
Tengo miedo a las prisas de un mundo que no deja espacios para pensar, ni para amistades sinceras,
ni para ayudar a los necesitados.
Tengo miedo a mi propio corazón, que se enreda en egoísmos, que se cubre de avaricias, que se
encoge ante el soberbio, que humilla a los sencillos, que destroza la bondad y exalta la vileza.
Tengo miedo a los pecados, cuando llegan por sorpresa o cuando anidan, con raíces profundas, en
mi vida.
Sí, lo sé: Cristo pide una y otra vez que no tengamos miedo. Pero tengo miedo de mis miedos...
¿Cómo puedo superarlos? ¿Cómo puedo arrojarlos lejos? ¿Cómo puedo revestirme de un valor que
no es humano, porque viene de los cielos? ¿Cómo empezar a creer, a esperar, a amar, hasta el
heroísmo de los santos?
Hoy es un nuevo día. Dios me mira como solo un Padre puede hacerlo. Cristo me tiende su mano
herida. El Espíritu Santo da fuerzas e invita a la esperanza. María me susurra que es mi Madre y que
está a mi lado.
Entonces este día puede tener menos miedos y más esperanza y fortaleza, porque sé que el auxilio
me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra (cf. Sal 121,2). Y porque sé que con Dios puedo
romper con el pecado y empezar a recorrer el sendero del amor a Dios y a cada uno de mis
hermanos más pequeños.