Conversión, cambiar el corazón
Rebeca Reynaud
La conversión es una manera nueva de vivir; pero muchas conversiones vienen
precedidas por una crisis. Juan Pablo II escribe: “No podemos olvidar que la
conversión es un acto interior de una especial profundidad, en el que el hombre no
puede ser sustituido por los otros, no puede hacerse “reemplazar” por la
comunidad” ( Redemptor hominis, n. 20).
Un converso, Patrick Madrid, relata su experiencia en pocas palabras: “La
conversión es una forma de martirio. Requiere que uno se rinda ¾en cuerpo,
mente, intelecto y fe a Cristo. Demanda docilidad y apertura total a ser llevado
hacia la verdad aunque para muchos la verdad se halle en la direccin “hacia donde
nadie quiere ir” (Jn 21, 18-19).
Cada uno de nosotros está llamado a abrazar el martirio. Los católicos están
llamados a rendirse diariamente a su llamada a la santidad en medio del mundo.
Los no-católicos son llamados también, pero primero tienen que atender a la
invitación de Jesús para entrar en la plenitud de la verdad ¾la Iglesia Católica. Para
algunos este acto es fácil y pleno de alegría. Para muchos, es detestable. Pero el
martirio es también gozoso, es como la muerte del grano de trigo que debe morir
para dar fruto.
Una parábola china puede ayudar a profundizar en este tema. Se cuenta que había
una vez un hermoso jardín y, cada día, el Amo lo recorría al amanecer. Entre todos
los habitantes del jardín, el más preciado era un Bambú. Año tras año, el Bambú
crecía noble y gracioso, consciente del amor y gozo que daba a su Amo.
Frecuentemente, cuando el viento llegaba a divertirse en el jardín, el Bambú dejaba
a un lado su seriedad para pasar a juguetear y bailar alegremente, moviéndose y
balanceándose. Un día, el Amo se acercó a contemplar detenidamente a su Bambú.
El Bambú bajó su gran cabeza hacia la tierra en gesto de amoroso saludo. El Amo
habló:
¾ Bambú, quiero usarte.
El Bambú levantó su cabeza hacia el cielo con deleite. Había llegado el día, el día
para el cual él había sido creado, el día en que hallaría su plenitud y su destino. Su
voz se hizo suave.
¾ Amo, estoy listo. Úsame como tú lo desees.
¾ Bambú, dijo en tono grave su Amo, tendré que cortarte para llevarte.
Un terror recorrió al horrorizado Bambú.
¾¿Cortarme? ¿A mí, la planta más bella de tu jardín? ¡Oh no!, ¡eso no! Úsame para
tu deleite, Amo, pero no me cortes.
¾ Querido Bambú, dijo el Amo, si yo no te corto, no podré usarte.
El Jardín detuvo su balanceo, se mantuvo quieto. El v iento retuvo sus soplidos. El
Bambú bajó su orgullosa frente y suspiró.
¾ Amo, si sólo puedes usarme cortándome, entonces córtame.
¾ Bambú, también tendré que cortar tus hojas y ramas.
¾ Amo, no juegues. Crtame… pero ¿por qué quitarme mis hojas y ramas?
¾ Si no las retiro, no podré usarte.
El Sol escondió su rostro. El Bambú tembló ante la expectativa, y susurró:
¾ Amo, tú ganas, córtalo todo.
¾También tendré que separarte en dos y sacar tu corazón, pues si no lo hago, no
me serás útil.
Bambú bajó la mirada y suspiró.
¾ Acepto lo que dispongas.
Entonces el Amo del jardín echó mano del Bambú, retiró sus ramas a hachazos y lo
partió en dos y retirando su corazón, para después cargarlo amorosamente hacia
donde había un riachuelo de agua fresca en el medio de unos campos resecos.
Colocando un extremo del Bambú cercenado en el riachuelo y el otro en un canal de
agua en sus campos, el Amo dejó caer a su amado Bambú. El riachuelo cantó un
saludo de bienvenida y sus claras aguas arremetieron gozosas a través del canal
del cuerpo de Bambú hacia los sedientos campos.
Luego, el arroz se plantó y los días fueron pasando, y crecieron los primeros tallos
y, finalmente, llegó la cosecha.
Ese día el Bambú, alguna vez glorioso por su imponente belleza, estuvo aún más
glorioso en su humildad y quebrantamiento. En su belleza estuvo lleno de vida,
pero en su destrucción se convirtió en canal de vida para el mundo de su Amo.
(Recogido por Patrick Madrid www.envoymagazine.com ) .
Un santo contemporáneo rezaba así: “Seor, que desde ahora sea otro: que no sea
“yo”, sino “aquél” que Tú deseas.
¾ Que no te niegue nada de lo que me pides. Que sepa orar. Que sepa
sufrir. Que nada me preocupe fuera de tu gloria. Que sienta tu presencia de
continuo.
¾ Que ame al Padre. Que te desee a ti, mi Jesús, en una permanente
Comunión. Que el Espíritu Santo me encienda” (San Josemaría Escrivá, Surco ,
n. 122).
El Espíritu Santo quiere suscitar en nuestros corazones un incendio de amor y de
afán apostólico. Benedicto XVI recuerda que la conversión es el paso del yo a “ya
no más yo”. Una característica de la soberbia es no querer cambiar, es creer que no
necesitamos a Dios, es pensar que las ideas y los planes propios son los mejores.
Dios nos pide más, pide fruto de pequeños heroísmos, de correspondencia a su
gracia.
El Concilio Vaticano II dice: “El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe
ser considerada como uno de los más graves errores de nuestra época. Ya en el
Antiguo testamento los profetas reprendían con vehemencia semejante escándalo
(Cf. Is 58, 1-12).” ( Gaudium et spes, 43).
Nos estamos preparando para la Cruz , no hay que olvidarlo, y Dios pide más,
quiere más confianza en Él. Nosotros no podemos decir que estamos convertidos si
no vemos las necesidades de nuestro prójimo, no podemos hablar de conversión si
siempre estamos pendientes de los problemas económicos. Necesitamos fe para
mover montañas, la montaña de mi soberbia, la montaña de mi incredulidad.
El amor es lo que va a salvar al mundo. "Cuan equivocados estamos al pensar que
dejamos de enamorarnos cuando envejecemos, sin saber que envejecemos cuando
dejamos de enamorarnos "... (García Márquez).
Ahora que estamos cerca de Navidad, es tiempo de plantearse la conversión, como
el mejor regalo para el Niño Dios.