Navidad: alguien que me espera con cariño
P. Fernando Pascual
10-12-2011
Produce una gozosa paz en el alma saber que alguien nos espera, nos ama, nos busca. Significa que
nuestra vida tiene sentido, que somos importantes para otro, que no vivimos simplemente por
inercia, que hay una meta hermosa por la que vale la pena nuestro esfuerzo.
Al dirigir sus palabras de felicitación en la Navidad del año 1965, el entonces Papa Pablo VI
imaginaba cómo desde la cuna de Belén se producía una llamada universal: “¡Venid, venid todos!”.
Hablaba con el calor de un padre que se dirige a sus hijos: “¡Venid, que sois esperados! ¡Venid, que
sois conocidos! ¡Venid, que hay algo maravillosamente bueno preparado para vosotros! ¡Venid!”.
Sí, todos estamos invitados a acudir ante un Niño en la cuna que nos espera, que nos conoce, que
nos necesita. Descubrimos entonces que la vida tiene un sentido hermoso, magnífico: Dios ha
puesto su tienda entre nosotros para buscar a cada uno de sus hijos.
¿También me espera a mí si he sucumbido ante el pecado, si he dejado crecer el egoísmo, si me he
cegado por la codicia, si he pactado con los desórdenes de la carne? Sí, también a mí, y quizá
precisamente con más anhelos. Jesús Niño es ya, entre sus movimientos infantiles, un gran médico
ansioso por curar heridas y devolver esperanzas.
En cada Navidad la llamada se repite. Han pasado años y siglos desde el anuncio de los ángeles a
los pastores: “Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor” ( Lc
2,11). Pero no ha pasado la actualidad de esa invitación. Cada generación humana, también la
nuestra, necesita acudir a quien, de verdad, puede salvarnos del mayor de los males: el pecado.
El mundo moderno está sumergido en prisas y en angustias. Muchos no alcanzan a escuchar la
llamada. A pesar de todo, la Voz sencilla de un Niño sigue resonando entre nosotros. Los oídos
atentos, los corazones despiertos, alcanzan a escuchar un murmullo humilde, una invitación
constante y respetuosa.
Es entonces cuando puedo descubrir que Alguien me espera con cariño. Llega el momento de
ponerme en camino hacia la gruta. En ella encontraré a un Niño enamorado, a su Madre buena, y a
tantos hombres y mujeres que han acogido la gran noticia: Dios nos ama. Sí: ¡venid, venid todos!