¿Tiene fuerza la mentira?
P. Fernando Pascual
10-12-2011
Alguien miente porque desea ganar algo. Tal vez lo haga simplemente para defenderse ante la
intromisión o las acusaciones de otros. O para aprovecharse de un ingenuo. O para conseguir un
ascenso en el trabajo. O para ganarse ascendencia sobre otros. O, tristemente, su mentira surge
porque es arrastrado por la envidia y quiere destruir la fama de un inocente.
La mentira parece poderosa. Con ella han ido a la cárcel personas honestas, se han vencido
elecciones generales, han sido engañados banqueros y agencias de bolsa, han sucumbido pequeños
propietarios. Desde ella hombres y mujeres han cantado victoria a costa de los demás, han
“triunfado” al alcanzar objetivos muy ambicionados.
Pero la fuerza de la mentira es engañosa. En el corazón de la misma se produce un daño, muy difícil
de reparar, en las relaciones humanas. Porque las mentiras, como suele decirse, tienen un paso
corto, y se coge antes a un mentiroso que a un cojo. Porque no resulta fácil mantener por mucho
tiempo en pie una mentira engañosa. Porque cuando sale a la luz la verdad, el mentiroso pierde un
bien precioso en la vida humana: el aprecio ajeno.
Por eso, la mentira deteriora profundamente al mentiroso. Ir contra la propia conciencia, caminar
contra la ley moral que uno lleva dentro, implica aceptar un modo de pensar y de vivir que corroe el
alma. No resulta fácil mantener la paz interior cuando uno sabe que ha pactado con el mal, cuando
le rodea una coraza de falsedades creadas por él mismo.
Por eso, resistir a la tentación de la mentira produce beneficios muy grandes. Respecto de uno
mismo, por la satisfacción hermosa del deber cumplido. Respecto de los demás, porque las
relaciones humanas son más cordiales y profundas cuando unos y otros dicen la verdad y lo saben.
Respecto de Dios, que rechaza la mentira como lo que es: un pecado.
La mentira, por lo tanto, tiene la fuerza frágil del mal. Parafraseando un dicho famoso, tal vez
agrada al paladar pero produce una pésima digestión. Dejarla de lado será, entonces, no sólo un
camino para evitar dolores de estómago, sino sobre todo un modo de vivir abierto, limpio, solidario
y auténticamente humano.