"Sus brazos abiertos me acogieron"
Pablo Thigpen
Yo era muy joven la primera vez que vi el crucifijo. Estaba horrorizado por ese
hombre torturado, con una corona de espinas, y abandonado. Fue una pesadilla en
la madera; sin embargo, también me sentí atraído por él. Sus brazos abiertos
señalaban que estaba dispuesto a recibirme, y su pecho abierto era como un
refugio.
Por supuesto, yo sabía quién era. De niño iba a una pequeña iglesia Presbiteriana;
sin embargo, en nuestra iglesia la cruz en la pared estaba vacía y limpia.
En los años siguientes, el hombre en la cruz me perseguía. Cuando me enteré de
que un compañero de escuela llevaba un crucifijo alrededor del cuello, le pedí a mi
padre que me consiguiera uno. Pero él dijo: "Eso es sólo para los católicos."
Un día una tía de Nueva York llegó de visita. Ella siempre encontraba cosas
extrañas en el motel residencial en el que trabajaba, y esta vez lo compartió con
nosotros.Trajo un crucifijo de yeso de París, sin terminar. Pasé los dedos por su
superficie. Era hermoso; pero lo encontré demasiado blanco, demasiado limpio. Así
que con unas acuarelas le di un color carmesí. Lo mantuve debajo de mi cama y lo
miraba con regularidad, y me preguntan porqué debería estar en algún hogar
católico en vez del mío.
No recuerdo cuando lo perdí, pero debe haber sido después de que me volví ateo y
arrogante, a los doce años. Algunos maestros me animaron a leer a Voltaire, el
racionalista ilustrado, quién me convenció de que todas las religiones eran un
engaño.
Mi corazón tenía hambre, pero mi cabeza se apartaba de todo lo que podía haberlo
alimentado. Así que comencé a nutrirlo con basura. Un proyecto en parapsicología
me hizo conocer las fuerzas sobrenaturales, pero yo pensaba que eran sólo fuerzas
naturales de la mente. Comencé a experimentar con sesiones de espiritismo,
levitación, y otras prácticas ocultas ¾todos, por supuesto, en nombre de la
ciencia. Quería ser un experto en parapsicología.
Nuestra escuela secundaria en particular fue una extraña mezcla de peligros y
promesas. En poco tiempo, negros y blancos vivian en armonía y trabajando para
construir una comunidad. Como presidente del cuerpo estudiantil y un actor central
en el drama, sentí quei mi estrategia “ilustrada” para cambiar el mundo ha sido
convalidada.
Sin embargo, la realidad se hizo sentir. Se acabó la ilusión de la Era de Acuario.
Entraron nuevos alumnos. Algunos eran militantes racistas y agitadores, tanto
blancos como negros. Una hermosa tarde de otoño un motín estalló en el campus
mientras miraba sin poder hacer nada. No me lastimaron el cuerpo pero me
hicieron polvo el alma. El engaño de los poderes psíquicos se desplomó. Hice un
intento de suicidio pero dos amigos me contuvieron junto a un río.
A la mañana siguiente le conté todo a mi profesora de inglés, que era creyente. Ella
dijo que había tenido un roce con el diablo. Yo me reí de ella. Aun así, tuve que
admitir que algo extraño había sucedido. Mi maestra me dio a leer a C.S.
Lewis ¾por fin, un antídoto para el veneno de Voltaire¾ que a su vez me envió de
vuelta a las Escrituras.
Con una ironía aleccionadora, llegué a creer en el Diablo antes de creer en Dios. El
placer que había tomado en declarándome ateo, sin restricciones, empezó a
desmoronarse. Una vez que uno acepta la existencia de lo sobrenatural, no se
puede afirmar que Dios no existe. Empecé a hacer oración. Mis pedidos eran
concretos y las respuestas, rápidas. Una brisa fresca, nueva, soplaba por mi mente,
barriendo las telarañas y los escombros que se habían acumulado a través de seis
años de oscuridad. La luz de Cristo empezaba a brillar, y todos los argumentos de
los escépticos perdían brillo. Me encontré con que la fe cristiana tenía sentido.
Cuando me puse leer nuevamente las Escrituras, los siglos se comprimieron, y la
Figura histórica de Jesús fue reemplazada por la de un amigo que vive. Sobrecogido
le pedí que me llenara de Sí.
Dos meses más tarde leí, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, lo que ocurrió
el día de Pentecostés. Nadie me habían enseñado nada sobre el bautismo del
Espíritu Santo o sobre sus dones. Le dije a Dios que yo estaba dispuesto a
sentarme allí toda la noche hasta recibirlo. No tardó mucho en que yo sintiera una
inundación de alegría que me duró una semana. Fue una liberación de las cadenas
de la Ilustración.
En los veinte años siguientes creció mi fe creció. Seguí cursos de post-grado en
religión. Fui escritor y editor de varias editoriales cristianas.
Aquellos fueron años de consolidación. Él me dio una esposa cristiana y dos niños
que aprendieron a buscar su rostro desde una edad temprana. Pero había llegado el
momento para otra conversión.
RESUMEN ELABORADO POR REBECA REYNAUD.