Navidad
Rebeca Reynaud
Christus natus est nobis!
Cristo ha querido nacer para nosotros.
En su nacimiento se han encontrado el tiempo y la eternidad. Hay que llenarnos de
esperanza porque viene el Señor. Detrás de unos humildes signos –de ese Niño- se
encuentra el abismo de la grandeza de Dios. Dios quiere entrar en mi corazón por
la puerta del amor. Me toca darle esa acogida que le negaron los hombres.
Por más densas que parezcan las tinieblas, es más fuerte aún la esperanza del
triunfo de la Luz surgida en la Noche Santa de Belén. Hay mucho bien hecho en
silencio por hombres y mujeres que viven cotidianamente su fe, su trabajo, su
dedicación a la familia y al bien de la sociedad.
¡Tú, Cristo, que contemplamos hoy en los brazos de María, eres el fundamento de
nuestra esperanza! (…) En ti y sólo en ti se ofrece al hombre la posibilidad de ser
una “nueva criatura” ¡Gracias por este don tuyo, Niño Jesús! (Juan Pablo II, 2001).
Cristo sigue diciendo a la humanidad necesitada de esperanza y de sentido: “Venid
a Mí todos los que estáis cansados y agobiados, y Yo os aliviaré” (Mt 11, 28).
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.
Y habitó para que aprendiéramos a vivir con un corazón divinizado. Hasta en las
poblaciones más pequeñas de nuestra tierra encontramos unas iglesias
monumentales y un arte religioso que asombra. Todo eso refleja, en parte, la
belleza y la luz de la fe católica, que sigue la ley de la Encarnación. Si el Verbo se
hizo carne y habita entre nosotros, entonces toda materia tiene la huella de Dios, el
Artista Divino, y por eso hay belleza en la naturaleza y dignidad en el hombre.
Jesús es lo más grande, lo más hermoso que podemos imaginar. Por un milagro de
amor, Jesús se queda en todos los sagrarios del mundo. El acontecimiento más
grande de nuestra vida es asistir a Misa; podemos ser el mejor sagrario del mundo
si amamos a Jesús por encima de nosotros. Si vivimos bien la comunión, el Señor
nos transformará, porque sigue viviendo entre nosotros y en nosotros.
El pecado de Adán y Eva fue, fundamentalmente, que dejaron morir la confianza en
Dios en su corazón, por eso los místicos actuales, como Santa Faustina, insisten
tanto en confiar en Dios, pase lo que pase y venga lo que venga, porque todo es
don.
¿Qué me pide Dios? Que ame la Cruz , que acepte todo lo que me pasa como
venido de él. Si no amo la Cruz , todo lo que me hace sufrir lo atribuiré a cosas
humanas, a culpas ajenas y yo me exentaré de toda culpa, ¡así somos los
humanos! ¿Sufro? Entonces busco a quien echarle la culpa, en vez de asumir que
es la parte que me toca en la vida. Hay que descubrir en el dolor, el dolor de Cristo
mismo; saber sufrir por lo que sufre Cristo en los tiempos actuales. En su dolor mi
dolor adquiere sentido; en mi dolor me uno a su dolor. Cuando no aguanto a
alguien tengo que reconocer que el que tengo que cambiar soy yo. ¡Cuánto bien se
hace con una conducta coherente!, ya que el mundo requiere de ejemplos vivos
Dice Benedicto XVI que purificación y fruto van unidos. Y es verdad, si o hay
mortificación y penitencia no hay fruto; si faltan nos aburguesamos.
¿Qué sucede en el mundo? Que hay tinieblas. Nos quieren descerebrar para que
perdamos el sentido del pecado. Se lanzan campañas del mal vestir y del mal
hablar, y si no somos críticos, los incorporamos a nuestra vida como por ósmosis.
El mejor servicio que podemos prestar a la humanidad es hacer nuestra la verdad.
Mostrar con nuestra vida a Jesús. Los cristianos no seguimos una bonita doctrina,
sino que seguimos a una persona viva, somos continuadores de una historia que es
la historia de la salvación.
Consolar a Jesús con el deseo de hacerlo y con el don de nuestra imaginación:
“Jesús, quiero secarte una gota de sangre que iba a entrar en tu ojo, quiero
suavizar el golpe de la nariz, quiero acompañarte en el recorrido por la vía dolorosa
de tu Pasión, quiero defenderte cuando te quieren hacer daño y estás presente en
la hostia santa”.
La Virgen es la mujer que cuida la alianza, la que permite que yo sea fiel, es el Arca
de la Alianza. Madre , haz que cumplamos la voluntad amabilísima de tu Hijo. El
cristianismo nace, y se regenera continuamente, a partir de esta contemplación de
la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo.
El nacimiento o pesebre.
El belén o nacimiento es la representación del nacimiento de Jesús en Belén por
medio de figuras. Es uno de los escenarios más tempranos y habituales del arte
cristiano, pues aparece ya en el siglo IV en la catacumba de San Sebastián de
Roma. Hasta la Baja Edad Media persistió la variante de origen bizantino de la
virgen acostada, acompañada por dos comadronas. Después, a partir del siglo XIV,
la Virgen está de rodillas y sin comadronas, pues se impone la idea del parto sin
dolor.
La tradición popular del belén, pesebre o nacimiento es mucho más reciente. Parece
que fue San Francisco de Asís quien realizó la primera representación en Greccio.
Durante la Edad Media y el Renacimiento era costumbre representar escenas de
Navidad en las iglesias. De ambas tradiciones arranca la de los belenes actuales con
sus figuras de madera, yeso, plomo, barro o cartón. Alcanzó su apogeo en el reino
de Nápoles en el siglo XVIII y de allí pasó a España, de donde fue llevado a América
Latina. Persiste en también en el sur de Italia, gran parte de Alemanía, Provenza y
el Tirol.
.
El Árbol de Navidad
El árbol de Navidad en la actualidad es un abeto, un pino o un acebo que se adorna
y se ilumina.La iluminación del árbol viene a significar la claridad. La tradición del
árbol tuvo su origen en los pueblos germánicos y fue San Bonifacio, el apóstol de
Alemania, inglés de nacimiento y de nombre Winfrido, quién taló la encina sagrada
de los paganos para plantar en su lugar el abeto de los cristianos.
El árbol de Navidad también representa ese árbol que nace y que con el tiempo
madurará en un gran árbol del cual saldrá la cruz que tal como nos recuerda la
liturgia del Viernes Santo: "Cruz amable y redentora, árbol noble y espléndido,
ningún árbol fue tan rico ni en frutos ni en flor". Podemos decir que de alguna
manera el árbol de Navidad nos recuerda la redención. Las luces representan la luz
de Cristo en nuestra vida.