La crisis del pudor en un mundo dionisíaco
La persona es quien “se posee a sí misma” –es “uno mismo”, puede “disponer de
sí”-; tiene la libertad de ser dueña de la propia intimidad, que damos a quien queremos.
Así con las cosas interiores (emociones, sentimientos, estados de ánimo que constituyen
todo ello la vida afectiva), o el cuerpo a través del vestido, o nuestra casa, o familia, etc.
El pudor es “el modo según el cual la persona se posee a sí misma y se entrega a otra
concreta” (J. Choza); es proteger nuestra intimidad al cubrirnos de modo que se
transparente nuestra identidad. Pudor es guardar las cosas íntimas y no manifestarlas en
público de modo inadecuado, mantener la intimidad a cubierto de los extraños. En la
elección de las personas amigas, la decoración de la casa, en el animal de compañía,
hago una proyección de mi modo de ser. Si miran a mis amigos, mi estantería de libros,
mi armario, me conocen mejor. Si miran mi alma sin mi permiso, porque han adivinado
mi estado afectivo íntimo, siento una frustracin pues no he invitado a esa persona “a
mi casa”, y el pudor se resiente. Se dice que una persona no tiene pudor cuando ventila
sus cosas íntimas en público, por ejemplo en una red social.
El “yo” constituye la intimidad, es inviolable, y su comunicación sólo es posible
en un acto de entrega, a veces ineflable, incluso sin palabras, como Juan Ramón
Jiménez expres tan bien: “cállate, por Dios, que tú / no vas a saber decírmelo. / Deja
que abra / todos mis sueños / y todos mis lirios. / Mi corazón oye bien / la letra de tu
cariño. / El agua lo va temblando / entre las flores del río; / lo va soñando la niebla, / lo
van cantando los pinos / y la luna rosa, / y el corazón de tu molino. / No apagues, por
Dios, la llama / que arde dentro de ti mismo. / Cállate, por Dios, que tú / no vas a saber
decírmelo”. A veces la mejor comunicación de la intimidad es el silencio sonriente.
Mi “casa” es un lugar de intimidad, de proteccin. Sentirse “en casa” es sentirse
amparado, en compañía, de una persona, de un ambiente de acogida. Invitar a una
persona “a casa” es hacerle participar de mis cosas, entregarle algo, y cuando le entrego
la intimidad no le doy ya cosas sino me doy yo mismo (por eso la murmuración, sacar
esas cosas íntimas ante extraños, es una traición). La decoración, orden, limpieza es
cuidar de la armonía necesaria para la paz de la persona; si la casa es acogedora me
siento a gusto, estoy contento.
El problema de nuestra sociedad es la ruptura de esa intimidad, personal y
familiar: la soledad en medio de una sociedad masificada, el nihilismo y relativismo en
una cultura sin ideales, el egoísmo materialista y la falta de lealtad… aburguesamiento e
incomunicabilidad… el estado de “bien-estar” social con “mal-estar” personal, porque
se busca una evasin hacia formas de placer, lo que se ha llamado una “mística
dionisíaca”, con una liberacin de tipo alcohlico, sexual, y exaltacin de la ira: una
mala educación que busca anestesia para el malestar interior, así como la sangre de la
herida a los nios no les “duele” hasta después de la pelea, así mientras sube la
adrenalina con manifestaciones violentas, no hay que enfrentarse con el vacío interior.
La película “La naranja mecánica” es paradigmática en este sentido. Al no tener
intimidad, encuentro consigo mismo, se buscan formas de comunidad o “comunas” del
tipo “fraternidad universal”, como formas casi religiosas basadas en los buenos
sentimientos, pero estas formas olvidan que la soledad se supera cuando hay un “tú”,
que sin esa comunicación personal aparecen la angustia, el aburrimiento. La película “El
diablo, probablemente” es también paradigmática de esa falta de Dios en un mundo sin
“yo”.
Llucià Pou Sabaté