Una voz grita en el desierto
P. Fernando Pascual
26-11-2011
¿Por qué gritas, Juan, en el desierto? ¿Qué mensajes lanzas al viento, al matorral, a los jilgueros?
¿Por qué vives tan austero? ¿Por qué denuncias el pecado en el que muchos vivimos tan contentos?
Tu voz no llega a muchos corazones. Estás lejos del mundo, de los aplausos, de la riqueza, de los
rumores.
Sin embargo, Juan, hay quienes te buscan, te siguen, te escuchan. Una multitud llega de mil lugares.
No para oír palabras huecas, no para sentirse tranquilos con lisonjas. De ti oyen avisos,
advertencias, indicaciones duras. Les pides, desde tu mismo ejemplo, una conversión auténtica,
sincera, completa.
Ante ti llegan hombres y mujeres, artesanos y soldados. Agachan la cabeza, humildemente. Dejan
que les viertas un agua que invita a la conversión, al cambio, a una vida nueva.
¿Puedo también yo salir de mis comodidades, de mis avaricias, de mis perezas, de mis miedos?
¿Puedo abandonar por un momento la vida que llevo, en la que me siento seguro y satisfecho?
¿Puedo acercarme a ti, ver tus vestidos pobres y oír tu voz de trueno?
A veces tengo deseos de que alguien me diga, con franqueza amiga, que estoy en el pecado, que no
vivo según lo que Dios espera de sus hijos. Cuesta, ciertamente, reconocer que el mal está dentro de
mí. Pero lo necesito, como el enfermo anhela la ayuda de un buen médico.
Juan, el Bautista, han pasado siglos desde que empezaste a anunciar la llegada del Cordero. Hoy,
como en tu tiempo, necesitamos voces que denuncien el pecado, que nos preparen a acoger al Hijo
del Padre e Hijo de María.
Te costaría mucho, lo sabemos, entrar en nuestras ciudades, ver nuestro frenesí loco y vacío, palpar
esa codicia que nos encadena al dinero y a los placeres. Por eso, tal vez sea la hora de dejar un rato
esas mil ocupaciones que nos aturden para escuchar, nuevamente, tu voz sincera: esa que invita a la
conversión y que abre horizontes de esperanza.