10. DE LOS TALENTOS
»En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: Un hombre que se iba al
extranjero llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco
talentos de plata; a otro, dos; a otro, uno; a cada cual según su capacidad. Luego se
marchó…
Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no
esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo. El señor le
respondió: Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde no
siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco para
que al volver yo pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que
tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que no tiene se le quitará,
hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y
el rechinar de dientes» ( Mt 25,14-30).
El santo evangelio, según San Mateo , nos pone en consideración la parábola de los
talentos. El hombre que sale de viaje y, libremente, confía sus bienes a los criados, de acuerdo
con la capacidad de cada uno de ellos, puesto que los conoce bien.
Esta parábola, como la anterior de las diez vírgenes, con su gran carácter escatológico,
insiste con fuerza, en la labor, que el cristiano ha de realizar en este tiempo de espera de la
venida del Señor. El sabio dice en el libro de los Proverbios: «Una mujer hacendosa, ¿quién la
hallará? vale mucho más que las perlas ( Pr 31,10-13. El valor de la perla radica precisamente
en su escasez; y el que la encuentra ha hallado un gran tesoro.
Jesús de Nazaret ofrece el Reino que se construye aquí abajo, en lo cotidiano de la
existencia; no existe para el hombre más que un solo tiempo, el que le toca vivir, plenamente,
confiado en el Dios que nos ama y quiere la salvación de todos. San Pablo insta con ahínco a
vivir con Dios, en la luz, cada uno de los días que nos toque vivir; así mismo también lo hace
San Mateo, por medio de parábolas sobre la vigilancia de cada día.
Vigilantes y sobrios, no seremos sorprendidos (1 Tes 5, 1-6) El Día del Señor ha llegado a ser
para los cristianos de hoy algo lejano. Los evangelios nos han acostumbrado a ese Día del
Señor, del que habla ya el profeta Amós (5,18-2O) como de un día terrible y que Jesús
describe como súbito, al modo de la llegada de un ladrón (Mt 24,43; Lc 12,39), mientras el
mundo sigue su vida, inconsciente, como si ese día del Señor no fuera a llegar.
San Pablo recuerda a los Tesalonicenses lo que expresan los evangelios. N o vivís en
tinieblas para que ese día no os sorprenda como un ladrón, porque todos sois hijos de la luz e hijos del
día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas. Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos
vigilantes y vivamos sobriamente» ( 1 Ts 5,1-6). El verdadero cristiano, sin embargo, no puede
verse sorprendido. Su vida es constantemente una vigilia, la espera de esa vuelta. Porque el
bautizado no vive ya en tinieblas, sino que es hijo de la luz e hijo del día. Está en vela
continua; se mantiene siempre sobrio y en la búsqueda del conocimiento, en el verdadero
despego de las cosas a la espera de Cristo.
El dueño marcha y hasta su vuelta, los sirvientes, emplean de modo diferente los bienes
recibidos; dos arriesgan y los duplican y son alabados, mientras que el tercero, timorato, los
guarda, creyendo que su cautela y honradez serían elogiadas, pero recibe una reprimenda y
duro vituperio. En aquel tiempo el que recibía una prenda de otro, si la enterraba en el suelo,
en un lugar seguro, quedaba libre de toda responsabilidad. Así, este fue y enterró el dinero por
miedo a perderlo; ya se siente tranquilo, ha cumplido. El rechazo de su conducta no estriba en
la cautela y miedo, sino en su desidia, se le había entregado el dinero, para hacerlo fructificar;
es por tanto, un siervo inútil e infiel. El núcleo decisivo de la parábola está en la reprobación de
este último, porque no lo puso en juego, no lo hizo progresar, razón por la que el dueño le
recrimina su infidelidad. Él excusa su falta de actividad en el respeto, el miedo y la exigencia de
su amo.
La parábola de Jesús va dirigida a todos aquellos que dan primacía a la propia seguridad
y comodidad en lugar de buscar el crecimiento de los dones otorgados por el Señor. Ese siervo
es llamado "negligente y holgazán", frente a los otros dos, que son fieles y cumplidores. Así
pues vemos, que la espera del Señor ha de ser en todo momento activa y responsable. El que
rentabiliza y aumenta los dones recibidos, alcanza la gracia y el ciento por uno; quien no da
fruto es cortado y alejado, e incluso pierde lo poco que se le había dado. Este empleado,
finalmente, es sacado fuera y separado de la fiesta a la que han sido invitados los demás.
En el contexto, en que hablaba Jesucristo la aplicación es más fácil. Los judíos piadosos
buscaban su seguridad personal en la observancia de la Ley, a fin de hacer méritos ante Dios,
pero, por su exclusivismo egoísta, la religión de Israel se convertía en una magnitud estéril, los
pecadores, los gentiles, el pueblo corriente, no obtenían beneficio alguno de la observancia
farisaica de la Ley y Dios no percibía intereses de su capital. Por ello, Israel será expulsado y
desposeído de lo que tiene y se le dará a otro pueblo que, asumiendo el riesgo de la inversión,
sea capaz de mover y sacar fruto a las gracias y capacidades donadas.
Esta aplicación inicial se transformó posteriormente, viniendo la parábola a cobrar
finalidad parenética, e ilustró la máxima "al que tiene se le dará"; el que trabaja su capacidad y
su fe, las aumenta; el que no las agiliza y activa, es detestado y las pierde; se le despide de su
trabajo, porque entierra, oculta y guarda el capital, no sabe arriesgarse y sacarle fruto. Y,
finalmente, cabe una tercera interpretación; el retorno del dueño representa la segunda venida
de Jesucristo y la parábola apunta a la imagen del juicio final, el día del rendimiento de
cuentas; entonces el empleado infiel será echado "fuera a las tinieblas exteriores, donde será el
llanto y el rechinar de dientes". Lo que había dicho para excusarse, se vuelve contra él mismo.
Es llamado servidor malo porque acusa, sin razón, a su señor; perezoso porque no quiso
duplicar el talento, de modo que por un lado se le condena por su indolencia y por el otro, por
su negligencia. Se castiga el pecado de omisión, el dejar de hacer lo que se debe: "En verdad
os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo
dejasteis de hacerlo" (Mt 25,41-45). El tiempo entre la marcha y la vuelta de Jesús, la historia
humana, se concede para activar, multiplicar y emplear, en el bien del prójimo, los talentos,
que cada cristiano tiene.
Quedarse quieto y encerrado sin preocuparse de nada, sin afrontar ningún riesgo ni
problema, no es lo que quiere Dios, no es eso lo que predica Jesús. Un cristiano no queda en
paz con Dios, porque no haga daño a nadie, vaya a misa y rece; actuar así es guardarse el
talento y no hacerle rendir; cada uno puede esconderlo de muchas maneras, al desentenderse
de su capacidad; al vivir, aún teniendo fe, de espaldas a Dios, procurando sólo lo que le
conviene; al llevar una vida cristiana superficial; al realizar el bien cuando le es fácil, pero deja
de lado lo que cuesta un esfuerzo, como su propia responsabilidad o la exigencia de la caridad
que se debe a los demás; al vivir un cristianismo mortecino y formalista en una fe demasiado
rutinaria, sin aprovechar toda la riqueza y la fuerza de los dones que Dios pone en el alma,
para que, sencillamente, vaya creciendo en valores, respondiendo a lo que Dios espera de él y
asemejándose a la imagen de Jesucristo. El que no desarrolla sus habilidades, eventualmente
las perderá. Si uno quiere ser fiel, sin duda, ha de arriesgarse, implicarse aunque eso suponga
complicaciones y errores probablemente más de una vez, pero Dios, al final, lo llamará fiel,
porque ha dado fruto. Un cristiano queda en paz con Dios, cuando se esfuerza en que los dones
que tiene, sirvan, para que avance la causa del Evangelio en el mundo, para que crezca un
poco más, en el hombre, la esperanza, el amor, la fe. San Clemente de Alejandría apunta: «"Al
que tiene se le dará" (Mt 13,12). Al que tiene fe se le dará conocimiento; al que tiene
conocimiento, amor; al que tiene amor, la herencia. Esto acontece cuando el hombre está
adherido al Señor por la fe, por el conocimiento y por el amor, y se remonta con él al lugar
donde está Dios» (Stromata 7,10,55-56).
"Velad porque no sabéis el día ni la hora". El desconocimiento del día y de la hora no
debe inducirnos a pensar que ese día y esa hora no existen. Esta es una invitación a estar en
actividad, a desarrollar la vida espiritual, a buscar el aumento de la fe, la esperanza y la
caridad; es preciso mover los intereses y los beneficios del Evangelio y activar cada día sus
enseñanzas haciendo brillar la paz y la justicia. En el Reino no cuenta tanto haber rendido
mucho, como haber puesto todo lo que cada uno es y tiene a su servicio, cuenta la vida que se
expresa en el amor y en la entrega.
A pesar de las dificultades, los creyentes deben vivir pendientes de la aurora que viene;
es preciso velar y estar dispuesto a defenderse de los enemigos que atacan de noche y
marchar armados «con la coraza de la fe y de la caridad y con el yelmo de la esperanza de la
salvación», destinados a la salvación por medio del Señor Jesucristo, que murió por ellos.
«Este hombre, padre de familia, -dice San Juan Crisóstomo-, es Cristo, que llamó a los
apóstoles y les confió la doctrina evangélica, dando a uno más y a otro menos, según sus
cualidades y fuerzas, como dice el Apóstol que había alimentado con leche a los no podían
tomar alimento sólido. Por eso acoge con la misma alegría al que había transformado en diez
los cinco talentos que al que había transformado los dos en cuatro, no considerando la
magnitud de la ganancia sino la intención de su esfuerzo.
San Mateo trata, con la parábola, de reavivar la vigilancia, la actitud abierta al futuro de
Dios y de los hombres; la plástica y la viveza de las imágenes ayudan más que las palabras a
despertar esta actitud y a no dejar el esfuerzo de vivir en Dios. Se ha de huir del recelo y del
miedo; hay que mirar hacia el entorno y hacia adelante, a la línea del horizonte en que el
Hombre y Dios se funden en una perfecta unión.
Camilo Valverde Mudarra